miércoles, 21 de octubre de 2009

Mujeres perfectas

A veces tomamos malas decisiones. A veces tenemos lo que queremos y no lo reconocemos por tener la mirada muy fija en un horizonte un tanto distante. A veces pasamos ratos muy buenos con nuestras mujeres, a veces lo pasamos bién.

Hace un par de meses tuve una visita medio especial. Se trataba de mi viejo amigo, Don David. Él era un albañil desde que yo tengo memoria. Era un buen trabajador y otro tanto en el amor. Nunca le faltaron mujeres.

Pero ésa vez, él venía por consejo. Y me platicó su historia.

-Me conoces desde siempre- Me dijo. -Sabes que si hay dos cosas que a mi no me faltan, son trabajo y mujeres, en ese orden. Pero aunque he viajado por la vida con tantas compañías diferentes, nunca he encontrado a la mujer perfecta. Yo me enamoro del amor y de un cuerpo. Pero no siempre coinciden en la misma mujer. Todas han tenido siempre algún detalle especial. Algunas cocinaban bién, otras tenían buena plática, incluso tuve una que sabía tejer y me regaló una bufanda. Una me dió trabajo y otra bailaba muy bién. Cantaban, sonreían, movían sus caderas-

-Pero como ya te dije, nunca todas éstas cosas sucedieron en la misma mujer-

-Así que fuí formándome la idea de mi mujer perfecta. ¿Sabes? De la que de hallarla, no lo pensaría dos veces para dejar el tequila a cambio de tenerla. Así de drástico-

-Pero al pasar de los años, desfilaron tantas mujeres por mi cama, que la lista se hizo bastante larga. Y aunque nunca perdí la esperanza, cada vez me entusiasmaba menos cuando escribía otra cosa en la lista-

-¿Qué piensas tu?-

Esa es una buena pregunta, le dije. Yo tuve una lista parecida en mis buenos tiempos. También recogía pedacitos de mujeres y los amasaba para ver si podía construir el modelo de mi Eva y así poder buscarla.

Pero, ¿sabe? No es una buena idea.

Y que si lo sé yo.

Cuando mi negocio no era atender éste bar, sino disfrutar de los placeres carnales, yo hacía como usted.

Pero aprendí algo. A veces uno tiene que conformarse con lo que hay. Como alguna vez dijera aquel filósofo Miguel, uno no puede tener siempre lo que quiere.

Y yo lo aprendí. Supe que había dejado a todas mis mujeres por esperar a la adecuada.

Ahora ya no la busco, porque sé que ya las tuve a todas y a todas las dejé ir. Ahora me dedico a mi barra y a escribir historias, le dije.

Historias de mis mujeres perfectas.

El mes del amor

La semana pasada volvió Jesús. Aquel viejo amigo que conocí cuando joven, cuando viajaba a la mina de cobre a trabajar, cuando todavía del Mirador no había ni las zanjas de los cimientos.

¿Que si venía cambiado? No mucho. Seguía con sus lentes y su barba cerrada, aunque parecía que había cambiado su thermo de café por un caballito de tequila. Igual ambos te quitan el frío.

Y parecía que ésa noche hacía frío para él, pues no dejó de pedirme tequila.

-Hermano, se movía al compás de la música que tocaran en el viejo local al que íbamos a bailar, el de la avenida Juárez. Brillaban sus labios casi como sus ojos cuando se mecía bajo la luz en medio de la pista. Yo sólo podía mirar sus caderas hipnotizado como una vieja cobra de la India. Dios, sus brazos eran tan preciosos como sus piernas y la música en su cabello me hacía desearla aún más. Y cuando lograba que me pusiera de pié y la acompañara en su baile, su cuerpo pegado al mío me recordaba a cada momento porqué la frecuentaba tanto en ese tiempo. Hacía que me meciera junto con ella cada sábado. Hacía que valiera la pena la espera de toda la semana. Hacía que valiera la pena recibir un par de golpes por estar con ella.-

-Pero tenía un punto débil, ¿sabes? Todas las mujeres de su tipo, ésas que te hacen temblar moviendo su cuerpo y sin tocarte son sólo por un rato. Nunca tendrás algo serio con ellas, puedo asegurarlo. Son del tipo de mujeres que no se enamoran, son el tipo de mujeres por las que hombres como yo perdemos la cabeza. Tocan tu barbilla y hacen que levantes la cabeza para mirarlas y te cautivan con su contoneo, para después de un par de meses, echarte de su cuarto de hotel barato con tu camisa en la mano y con la cabeza baja de nuevo.-

-Si, hoy me dejó. Ésta tarde que fui a buscarla me dijo que no volviera, y si, salí con mi camisa en la mano. Me dijo que se había encontrado a alguien mejor. A alguien que no hacía tantas preguntas y que no le importaba con quién más se acostara. Supongo que uno igual a mí, pero con un par de meses menos. Si. Porque el tratar a una mujer así te cambia en cuestión de meses. No se trata de tu esposa o tu amiga. Es diferente.-

Supe entonces que no se había casado, que al igual que a mi, le encantaban las chicas y los bares, con la diferencia del lado de la barra en que él estaba.

Supe también que tenía una decepción en el corazón, tal vez le hacía juego con su trago.

Y supe también que noviembre es el mes del amor, puesto que a mi también me habían pasado algunas cosas en noviembre, con un desfase de algunos años.

domingo, 18 de octubre de 2009

Prudencia

Hay momentos en la vida en los que uno simplemente debe retirarse. A veces nos encontramos con situaciones que sólo nos llevarán a darnos cuenta de cuán solitarios estamos, de qué tan perdedores somos, aunque estemos orgullosos y levantemos nuestro caballito para celebrarlo.

Como siempre contaba Don Daniel.

Cuando lo veía sentado frente a la barra de El Mirador, siempre con su gorra café, su mirada baja, su cigarrillo sin filtro y un tequila en su mano, sabía que había hecho uso de su recurso más preciado.

La retirada decía muchas cosas de él. Especialmente porque la usaba siempre con sus mujeres. Digo sus mujeres porque, aunque nunca conocí a ninguna de las damas con las que él algún día tuvo algo que ver, bién pude haberlas dibujado con mi tiza en un papel, puesto que todos en el bar hablaban de lo lindas que eran, si. Bién en una partida de dominó o en el clásico póker de los jueves por la tarde. Con tanto bocón rondando por el bar en esos días, pude haber hecho algunos dibujos, y porqué no, hasta venderlos.

Un día de esos, en los que llegaba con su cabeza baja, me contó sobre una mujer que, por su forma de hablar sobre ella, parecía especial para él.

-A decir verdad, hijo, tuve en mi vida de aventuras pocas mujeres como ella. La buscaba cada fin de semana y cada fin de semana estaba yo con ella. Pasábamos un buen rato, bailábamos, reíamos y nos divertíamos mucho. Hasta recuerdo una vez que tuve que golpear a un tipo que la pretendía, la quería sólo para mi-

-Dios, cuántas veces había yo pensado en que era la indicada para compartir una vida completa. Digo, por la diversión de hacerlo. Por el reconocimiento que un hombre casado y de familia obtiene, si se le puede llamar así. Era una chica de casa en la semana y materia dispuesta los sábados. Me encantaba que tuviera tanta energía para mantener un apartamento a su nombre con todo lo que eso implica y que el fin de semana estuviera lista para irse a bailar por ahí. Pasar un buén rato-

-Pero hijo, creo que lo eché a perder. Me enamoré. Sabes? Nunca me había pasado algo así. Pensar en que realmente podría enderezar mi vida, dejar los bares y dedicarme a podar el césped los jueves por la mañana. Claro que no podría. Éste es el único lugar al que puedo venir a las 4 am sin tener que dar razones de mi procedencia y sin que nadie me moleste mientras fumo mi cigarrillo, pienso en mis cosas y recuerdo las noches de baile y algo más... Tarde o temprano recaería, lo sé. En algún punto de mi hipotético matrimonio, tenía yo que haber vuelto a las andadas. Y no podría permitirme darle tal decepción a esa mujer-

-Hasta que un día me presentó a un amigo suyo. Era un tipo bien parecido y bien vestido. Se veía, por su manera de hablar, que tenía estudios y era muy culto. Y se veía, también por su manera de hablar, que ella le gustaba. Aunque algunos podrían haberlo confundido con eso que algunos llaman caballerismo, no, yo sabía lo que pasaba. Fué entonces cuando me dí cuenta de mi situación. Fué cuando ví que mis cigarrillos sin filtro no iban con el traje negro de su padre, que mis tequilas no iban con el whiskey con agua que su madre tomaba y que mis pasos de baile, difícilmente podrían competir con una charla con su amigo-

-Fué entonces que tomé mi decisión. La opción que sólo uso en ciertas situaciones. Me alejé. Tomé mis cosas y salí huyendo y sin despedirme-

-Ahora sé que no fué la mejor decisión. Que podría haber tratado de cambiar o por lo menos no haber sido tan egoísta y haber hablado con ella. Pero eso sólo habría alargado la relación y su dolor cuando yo volviera a las calles. La esperanza muere al último, dicen, pero no te dicen que eso a veces es malo. Sabes? Siento a veces que me fuí como un perro con la cola entre las patas asustado por lo que pudo haber pasado-

Y empinó su cuarto tequila. Si, algunos hombres somos así, contamos nuestras penas al más familiar de la barra y elevamos nuestro vaso para brindar por nuestras malas decisiones y el no haber arriesgado sólo por el peligro de perder.

Algunos llaman a éste tipo de hombres, perdedores. Pero Don Daniel me dijo que también se les puede llamar prudentes.

sábado, 5 de septiembre de 2009

Mejor morir

Hay cosas de la vida que cambian completamente nuestra percepción. Hay ironías en ésta vida que le dan un giro de 180° al flujo normal de los acontecimientos. Cosas como perder tu trabajo, que tu mujer te abandone y cosas aún peores, como enamorarse.

Como le sucedió a Manuel. Para hablar del chico, teníamos que enfriar la cabeza, porque de seguro contaríamos una historia de él con la hija o esposa de algún conocido. Tendríamos que adentrarnos en las técnicas de la seducción y el engaño. Una para conseguir mujeres y la otra para seguirlas viendo.

Su porte era recio. Como de hombre trabajador, pero sin perder el estilo. Nunca se dedicó a negocios turbios, aunque nunca le faltó dinero para invitarle una copa a la muchacha sola de la barra. Las mujeres lo seguían. Y los hombres lo admiraban. Aunque no faltaba el capullo que se la armara de tos. Incluso yo habría sentido celos de tanta mujer que él conseguía de no haber estado tan ocupado atendiendo la barra en esos tiempos.

¿Que cómo las seducía? Qué sé yo. Quizá era el pálido humo que salía de sus cigarrillos sin filtro, o su aliento que exhalaba dicho humo. A lo mejor era su cara seria, o su siempre vacío caballo de tequila, pero no había noche en la que Manuel no saliera acompañado del Mirador.

Pero el jueves que volvía a la barra, cuando yo le preguntaba que cómo le había ido, siempre respondía lo mismo. -No me acuerdo- Y entonces entendía yo que debía seguir limpiando la barra. Que al igual que las cáscaras de cacahuate que recojo todas las mañanas, ésta había sido solamente una mas en la historia. Y no volvía a hacer preguntas.

Y así transcurrió un año, quizá dos. Hasta que una buena noche de octubre, llegó al pueblo una mujer de tez blanca y cabello negro. De buen ver y con un buen cuerpo.

Como era de esperarse, Manuel se llevó a la chica aquella noche. Y al jueves siguiente, la mujer volvió al mirador. y Manuel volvió a salir con ella. Y así durante un par de meses.

-¿Cómo te fué, Manuel?- Le preguntaba. -Bién- Decía. Y en su rostro se dibujaba una mueca que hasta parecía de felicidad.

Con el paso del tiempo, su mueca se hacía más y más obvia, hasta que un día la mujer blanca no volvió.

Entonces Manuel fue poco a poco borrando aquella mueca de su rostro. Lentamente parecía volver a ser aquel tipo duro de antes, y aunque las mujeres seguían sin faltarle, no volvió a salir con ninguna. Les decía siempre, mientras inhalaba el tabaco o saboreaba su tequila, que estaba esperando a alguien.

Incluso en los juegos de pókar y dominó, nos contaba historias de aquella mujer blanca, de la que nunca supimos ni su nombre o procedencia, porque así como llegó, desapareció un día.

-Hijo, sabes que sigo esperando por si vuelve, no sé porqué tratas de conseguirme más mujeres- Me decía cuando hablábamos, ya que invariablemente era tema de conversación. Y seguía terco con que esperaría.

Hubo un tiempo en el que dejó de lado los humos grises y los tequilas blancos y le perdí la pista. Después me dijo que se había hartado de esperar. Que había llegado al punto de plantearse qué cosa era mejor. Si vivir esperando o de plano morir. Supe que de aquel conquistador nato no quedaban ni cenizas, sólo las de los cigarrillos.

La semana pasada oí en la radio el anuncio del sepelio de un tal Manuel. Que se había pegado un tiro en la cabeza dentro de su cuarto y que había dejado una nota.

Supongo que había descubierto que sería mejor morir.

miércoles, 29 de julio de 2009

Suegras

Qué estaba haciendo yo.. Ah, ya me acordé, estaba subido en una escalera en el poste de enfrente, porque iba a cambiar el foco que alumbra el pórtico aquí en El Mirador.

Estaba haciendo mis manualidades de electricista esa tarde cuando llegó aquel amigo. Pantalón café, camisa a cuadros y un par de zapatos también cafés medio gastados. Tenía el cabello largo y algo despeinado, por el viento que siempre corre aquí arriba.

No lo conocía, o por lo menos no lo recordaba. Me preguntó que si yo lo podía atender en la barra. Para ser las 5 de la tarde apenas, yo me empecé a imaginar que ésta sería una de esas tardes en las que aprendes algo nuevo sobre la vida o sobre las relaciones afectivas, mi vocabulario está mejorando un poco, con esto de las remington.

Cambié el foco, me bajé del poste y le dije a aquel hombre que yo lo atendería, cómo no. Lo saludé de mano y toda la cosa. Entramos al Mirador, rodeé la barra y le pregunté, ¿Qué le sirvo amigo?

Se miraba como de 40 años, más o menos. Nunca he sido muy bueno calculando edades.

-Déme un tequila.- Me dijo.

Partí un par de limones, espolvoreé sal en un pequeño platito y serví unos cacahuates en otro. Serví el tequila amarillo en un caballito que alargué al hombre.

Me agradeció con una sonrisa, y después de un par de tragos, imaginé que la historia que me contaría sería algo diferente. Digo, por la sonrisa.

-¿Es usted de estas tierras?- Pregunté.

-No. Soy de un lugar un tanto alejado de aquí. Vine hace casi un año porque en donde vivía no había buen trabajo. Usted sabe, con eso de las minas acá en el norte, pensé que sería algo bueno.-

-¿Y qué lo trae por aquí?- Volví a preguntar.

El hombre se me quedó viendo, quizá no me entendió.

-Digo que si qué me cuenta, imagino que será algo interesante, hace un año que vive por acá y yo nunca lo había visto por El Mirador. Por lo general la gente nueva me trae anécdotas.- Le dije.

Ah, si. Hoy me habló por teléfono mi suegra.

-¿Enserio? Y qué le dijo?- Pregunté extrañado. Vaya, quizá esto de las suegras no comenzó tan bién como yo habría esperado.

-Nada. Pero eso no es todo, ¿sabe? Hoy tenía pensado irme de juerga. Ir por una mujer a la que he estado rondando por algún tiempo. Es de por aquí, digo, vive en este pueblo.- Dijo.

Ándale, mira, se empieza a poner más interesante la cosa. Pensé. Volví a rellenar su caballito y tomé un par de cacahuates para comer, estaban recién tostados, como le gustaban a mi abuelo.

-Hace tiempo que la vengo apalabreando y hoy por fin iba a salir con ella, y usted se imaginará qué haríamos después.-

-Sí, me lo imagino.- Contesté. -¿Y siempre no habrá salida?- Volví a preguntar.

-No.- Dijo.

-Esqe hoy me habló mi suegra.-

Bueno, pensé. O la suegra tiene mucho poder de convencimiento, o este hombre le tiene miedo.

-¿Y qué cosa le dijo su suegra que le hizo desistir de la infidelidad que estaba a punto de cometer usted?-

-Nada. Que su hija tenía torsón y que había corrido al baño.-

-Discúlpeme oiga, pero no acabo de entenderlo- Le dije. -¿Qué cosa tiene que ver su digestión con que usted se haya retractado de salir a divertirse hoy?- Pregunté. Y volví a llenarle el caballito.

-Nada, sólo que me hizo reír. Y si ellas bromean sobre mí, es porque yo soy importante en sus vidas, ¿no?-

-No puedo decepcionar a alguien para quien soy importante.- Dijo.

-Claro- Dije.

Tomé otro cacahuate y un vaso de agua. Tres tequilas, tiempo récord para contar una historia, pensé.

Salí a guardar la escalera. Entré y limpié la barra. Me preparaba para la noche de jueves.

martes, 14 de julio de 2009

Fué mas o menos así

Serví su taza de café. Yo había estado toda la mañana recogiendo las cenizas de la noche anterior. Literalmente. Había estado moviéndome de un lado a otro de la barra toda la mañana y ya me dolían los pies de tanto caminar. Era lunes, claro.

Había yo estado escuchando una radio americana, no sé exactamente de qué lugar. Como había habido problemas con la electricidad en el pueblo, las radiofusoras no funcionaban bién. Escuchaba algo de ..everything I love is killing me.. me recordaba algún tiempo pasado, no necesariamente mejor.

Llegó el muchacho no muy tarde ni muy temprano, a eso de las 4, cuando nada es seguro, no sabes si el sol acaba de salir o si ya está por ocultarse, por lo menos si te amaneciste atendiendo la barra y por la mañana te pusiste a limpiar, no lo sabes. Pero vamos, un café caliente a nadie le cae mal. Y se lo serví.

Él, sereno como ningún muchacho que aparentara su edad había visto yo, miraba la taza de café y empezó a contarme sus vivencias de sábado por la noche.

--Conducía yo por las calles oscuras del pueblo, sabe? Las clásicas vueltas de muchacho con carro recién arreglado, recién salido del corral de algún amigo, el que le sabe a la mecánica de la bola. Parecía que el auto se conducía solo. No batallaba mucho para darle la dirección correcta. Claro, como no iba a ninguna parte..

--De repente mi celular timbró, tengo que cambiar ya esa canción. No leí el mensaje, supuse que era de mi amigo, seguro quería emborracharse e ir por algún par de muchachas para pasarlo bien. Seguí conduciendo por otro rato.

Éste muchacho, con su celular y toda la cosa, recuerdo mis tiempos de jóven, cuando ni siquiera teníamos teléfono en el pueblo. Todos nos íbamos a la plaza a bailar en las serenatas, todos nos conocíamos, eran pocos los que tenían un carro. También recuerdo cuando la gasolina era barata.

Pero claro, ésto sólo lo pensé. Casi nunca platico con mis clientes.

--Pues si, seguí conduciendo por otro rato, dando vueltas y más vueltas en la calle. Pasó un rato y como no veía nada bueno a donde me pudiera dirigir, decidí leer el mensaje. Quizá tomarme unas cervezas con mis amigos y una que otra desconocida no fuera tan monótono después de todo, aunque de seguro el domingo lo lamentaría un rato. Pero me llevé una pequeña sorpresa cuando lo leí.

..aún no lo encuentro..

--Recordé una cara y un rumbo. Recordé unos buenos momentos. El retrovisor reconoció mi mirada y las gastadas michelin parece que recordaron el camino. Me dirigí a una casa, no importa a cuál. Y aunque ya era tarde, yo iba muy seguro de encontrar alguna luz encendida.

--En efecto. La luz del garage, las rejas medio abiertas, invitandome a tocar a la puerta de madera. Una mujer me abrió, no importa quién. Y me invitó a pasar.

--Nos envolvimos inmediatamente en un abrazo que terminó en besos y caricias como un par de adolescentes en el mero alboroto, pero estaba seguro de que era un poco mas que eso esta vez.. Terminamos en la misma cama de agua que la última vez, no importa cuando.

A decir verdad, yo esperaba algún detalle del muchacho, algún sonido, gemido u olor, que no es nada nuevo que éste tipo de clientes lleguen a contar acá en la barra de El Mirador, aunque no con café, mas bien con un par de tequilas.

--Pero yo ya lo sabía, había algo más. Ella se acurrucaba en mi hombro, como nunca lo había hecho antes. O era ella o era yo el que salía disparado de aquella cama justo después de la dulce confusión como la retratara aquel Andrew en una película de Chris Columbus.

Valla que el muchacho sabía de cine, yo con dificultad recordaba La vida inútil de Pito Pérez. Fué un buén guión, o eso creo.

--Siguió recostada en mi hombro, se abrazaba a mi pecho como si no me quisiera dejar ir. Como si quisiera tenerme ahí por siempre. Y se durmió.

--Yo le daba mil vueltas al asunto y no podía explicarme cómo es que quería abrazarme aún entonces. Había pasado tanto tiemp o desde la última vez.. Quizá aquellas palabras que le dije en aquel encuentro hayan hecho eco en sus adentros y halla querido abrazarme hoy, sólo por recordar.

En ése momento, tomé un sorbo de mi café, que me había servido para escuchar el monólogo de éste muchacho, que veía en su historia y en la de la muchacha quizá algún hilito de luz que se colaba por algún lugar. Y se me salió preguntarle qué cosa le había dicho en su último encuentro.

..ojalá encuentres a alguien que te trate mejor que yo..

--O algo así.

Me dijo. Claro, siempre andamos diciendo cosas que suenan tontas cuando jóvenes, o quizás demasiado profundas.

--Y se durmió abrazándome. Cerró sus ojos y respiraba quedo, sentía yo su palpitar muy cerquita mío y acariciaba su brazo y su cabello. Recuerdo cómo me encantaba esa muchacha.

--Duramos un rato así, yo abrazándola, acariciándola. Ella dormida. Ví la hora y me levanté. Me puse mi ropa, la besé en la frente. Le dije que me daba gusto que se acordara de mi de vez en cuando, aunque de seguro no me escuchó. Cerré la puerta de madera y la reja del garage. Volví a mi auto y conduje de vuelta a casa.

--Quién sabe, a lo mejor en un año siento cabeza y vuelvo por ella, quizás aún entonces me recuerde como ahora.

Le dí el último sorbo a mi café y seguí limpiando la barra. Saqué unas botellas vacías y encendí el pick-up, bajaría al pueblo a comprar las provisiones para la semana en El Mirador.

Cuando volví en la noche, el muchacho ya no estaba. Me quedó la duda de cómo habría sido la relación amorosa de éste par. Me imagino que fué mas o menos así.

Luego ya en mi cuarto, el de atrás de El Mirador, saqué la vieja Remington que había comprado en el mercado la semana pasada y la estrené con éste relato.

Una vez alguien me dijo que los desahogos de adolescente no venden. Pero nadie dijo que todas las historias eran para venderse.

miércoles, 27 de mayo de 2009

Una taza de café

-Es lo que me queda de ella amigo.

Fué la primer frase que oí salir de su boca en mucho tiempo. Solía pasearse por El Mirador y esa tarde se decidió a hablar por fin. Acompañado de su chamarra de cuero, de esas que no calientan ni en una situación embarazosa y su cabello despeinado. Sus jeans de mezclilla medio rotos y esas gafas de Mario Almada, de 'judas triste' como se les conoce por acá.

Entró y se sentó a la barra. Yo le serví su taza de café. La que nunca pedía, la que siempre servía. Esa noche no había música en El Mirador. Tenía mi radio apagada no recuerdo por qué razón. Supongo que la rocola tendrá que esperar hasta el fin de quincena, y eso, viendo como nos irá. Tuve que comprar balatas para el pick-up y darle servicio al motor, por el viaje de la semana pasada. Ah, ya me acordé, era como mi pequeño recordatorio de que tenía que ahorrar, el estar sin música.

Se quedó serio en la barra. Yo fuí dentro a encender la radio. Claro, me gusta escuchar música mientras limpio la barra. El anuncio de una muerte. Prometo que hoy no me desvelaré.

El tipo encendió un cigarrillo, creí que nunca lo haría. Es del tipo de personas serias, de las que llegan a un lugar sin hacer ruido, como los gatos, y te das cuenta de que están ahí sólo cuando volteas a verlos. Tipos serios, de esos a los que no les sacarás más que un 'buenos días' y quizás el sonido de un encendedor.

-Es lo que me queda de ella amigo.

Yo pensaba en el tipo que había muerto, quizá lo conocía, pero no recordaba nombres, como siempre.

-Qué cosa? El cigarrillo?

-No hombre, me contestó. -Ésta taza de café a media tarde.

-Qué sucedió con ella? Pregunté.

-Buena pregunta. Recuerdo cuando éramos jóvenes y yo iba a visitarla a su casa. Siempre me ofrecía una taza de café a media tarde. Éra como un pequeño ritual sagrado para mí. Era el momento del día en que compartíamos un minuto sin sentido, y a la vez con tanto sentido..

-Después de casados, me gustaba aún más, porque salía yo de trabajar cansado y llegaba a nuestra casa y estaba el agua hirviendo, a punto para nuestra taza de café. Me gustaba más porque el cansancio físico mezclado con el acelere que la cafeína me causa, hacía que yo la mirara y la mirara todo el rato. La observaba y la veía tan hermosa como es. Quizá un poco más.

Yo pensaba en que el café no me gustaba mucho, de hecho no lo tomaba ni cuando tenía que aguantar despierto. Aunque un par de tazas al año de seguro sí que las disfrutaba.

-Hoy parece que nos hemos hecho viejos. Nuestras preocupaciones han crecido un tanto, y con este sueldo tan bajo que yo tengo, sólo nos dirijimos la palabra cuando nos reclamamos algún gasto poco pensado.

-En las mañanas, antes de irme a trabajar, la taza de café no sabe a lo mismo. Aunque yo he conservado la costumbre de tomarlo cada tarde que vuelvo de trabajar cansado. Porque así puedo verla tan hermosa como es, y quizá un poco más.

El hombre terminó su cigarrillo y no volvió a platicarme nada en todo el rato que se estuvo pegado a la barra.

Pagó su café, se puso de pié y se fué.

Vaya, me dejó pensando este hombre, y es hora que no me duermo aún dándole vueltas al asunto. Cómo ver a una persona más hermosa de lo que es, cuando se llevan un par de décadas de matrimonio en la espalda y otro tanto de deudas?

Con una taza de café, aunque de la buena compañía sólo quede el recuerdo.

lunes, 18 de mayo de 2009

Amores de tarde

De todas las madrugadas que me ha tocado atender la barra del Mirador, creo que ésta ha sido la mas larga. Era domingo y había llovido toda la tarde, fué una gris, de esas que 'te ponen sentimental' como reza una canción un tanto buena de por acá.

Yo había hecho un viaje de 4 horas en la mañana. Pensé en llegar al Mirador, atender un rato, e irme a dormir temprano, porque era domingo y por la lluvia, que hace que a veces la clientela escacee un poco por estos lares, que de por sí es poca..

Pero bueno, regresaba yo del lavabo cuando ví al hombre ese sentado en la barra. Su semblante era como el de cualquier otro, serio.. Limpié la barra frente a él y le ofrecí algo de tomar. -Sírvame mi tequila por favor, dijo. Yo partí el limón y se lo serví, junto con el cenicero y el salero, claro.

El hombre, como todos los que por aquí circulan, tenía en mente algo, que según su 4o 'shot' de tequila, así lo hizo entender.

-Y qué lo trae por acá, hombre? Pregunté.
-Pues, sabe amigo? Hoy sentí ganas de tomar tequila. Y ahora, frente a su barra, me acuerdo de una mujer que tuve entre mis brazos, allá cuando yo tenia mis mozos 30's, cuando era feliz, libre e indocumentado. Me gusta leer, sabe?

Yo no alcanzaba a entender mucho de lo que decía, sus palabras eran demasiado para mí. Parecía un letrado, reportero o por lo menos que había terminado la escuela primaria. Me dediqué a observarle de nuevo, quizá me había perdido de su cámara, su cuaderno de notas, su libreta de dibujo o algo parecido..

No encontré nada más que su camisa lisa y su pantalón de mezclilla azul.

-Soy un tipo común, pero poco corriente, me dijo. No tengo tantos títulos como tanto sé, pero puedo dibujarle la sonrisa de una mujer y trazarla con las palabras mas bellas que pueda alguien pronunciar.. Soy escritor de profesión.

Me interesó el tipo, aunque ya eran las 2 am y yo sin dormir.

-Hubo un tiempo en que fuí matemático, sabe? Tenía la mente más brillante de la generación. Los problemas mas difíciles en ingeniería, en física teórica, eran cosas banales para mí. Sabía que la escencia de la vida era fácilmente divisible en interminables secuencias numéricas, y por ésto no me interesaba mucho. Sabía describir la manera de actuar de una persona en papel, con números, y podía predecir su comportamiento una semana después.

El hombre, después de ésto, ya no me parecía tan interesante como antes, más bién creí que era uno de esos profesorcillos de universidad que creen que el mundo es predecible y que un orgasmo puede ser cuantificado con la raíz de PI.

-No me gradué, dejé la escuela por falta de inspiración. Hoy me da risa, sabe? Me faltaba algo que no había podido encontrar ni en los libros de la escuela, ni en la física teórica ni en las sábanas de alguna de mis compañeras.. No encontraba mi inspiración, mi Primum Movens, como decía Platón. Era un buén tipo. Probé de todo buen cantinero, fuí estudioso, fuí un buen trabajador, tratando de encontrar en lo que hacía algún tipo de bienestar.. Pero no buscaba el bienestar económico como muchos lo hacían. Conseguía dinero con mis conocimientos sobre ciencias e ingeniería, era un buen reparador, diseñaba mejoras para máquinas y analizaba comportamientos para predecir fallas en sistemas mecánicos, me gustaba mucho la física.

-También entablé muy buenas relaciones interpersonales. Hacía pruebas con personas y les hablaba bonito para conseguir lo que yo quería. Pude haber escrito algún buén libro sobre psicología o sobre relaciones humanas. Sabía lo que la gente quería, cómo lo querían y hacía que la gente me lo pidiera a mí. Así me enriquecía de distintas formas. Para mí las personas siempre fueron como marionetas que yo podía dar vida para conseguir cualquier cosa. Desde dinero y respeto, hasta buenos polvos. Y mira que fueron buenos.

-La gente me admiraba, sabe? Siempre buscaban mi consejo y respetaban mi punto de vista. Con 25 años, era uno de los chicos más experimentados con el que cualquier empresa técnica quisiera firmar un contrato.

El hombre hizo una pausa. Parecía que había llegado al punto cumbre de su disertación, que no me interesaba mucho, pues me parecía que no era él quien hablaba, sino su ego.. Le ofrecí un trago más y él lo aceptó. Llevaba media botella ya para cuado yo me di cuenta del asunto. Fuí por más limones y dejé que encendiera un cigarrillo antes de pedirle que siguiera con su relato.

-Son las 3.46 am. Me dijo el hombre. -Ya lo sé repuse, no se preocupe, yo duermo en el cuarto de atrás y mañana es Lunes, así que puede usted continuar hasta que se canse..

-Bueno pués, si así lo quiere usted. Por favor, le dije.

-A los 28, ya tenía yo mi futuro económico asegurado, con tanto contrato que había ya firmado, me alcanzaba para vivir bien hasta que cumpliera 158 años. Fué entonces que conocí a una mujer..

-Buen hombre, le interrumpí, creo que mi léxico ha mejorado desde entonces. Si alguien llega contándome de una vida espléndida y me dice que a los treinta conoció a una mujer, creo que ya sé cómo va la cosa.

El hombre sonrió.

-Sí. Ya se imaginará usted.

-Fué uno de esos seres diferentes, de los que no te enamoras fácilmente, pero que te caen tan bien, que rápido entablan amistad. Era más o menos de mi edad, aunque eso no importa. Pero nunca pude entenderla por completo, sabe?

-Tenía una mente diferente a las que yo había tratado antes, creo que por eso me llamó la atención. Era capaz de admirar la música y de disfrutar un atardecer con los pies descalzos sobre la tierra mojada. Cantaba cuando estaba feliz y bailaba si se sentía triste, era un sol lleno de luz que irradiaba alrededor y daba vida a las flores de los jardines públicos.

-Ya se imaginará de donde salió mi pasión por escribir.

-Yo siempre había sentido una afición muy poco entendida por las guitarras eléctricas, aunque nunca aprendí a tocar una. Me manejé siempre en el mundo de los negocios, la economía y la técnica, la construcción, el diseño y el mantenimiento, la psicología para tratar a empleados, jefes y a una que otra mujer que se cruzara en mi camino sin ninguna dificultad. Siempre obtenía lo que quería.

-Al principio fué como un nuevo experimento para mí. La veía como a cualquier mujer nueva, todo el mundo que ofrecía y la oportunidad de cambiar lo que no me gustara y ver como reaccionaba.

El hombre hacía largas pausas, y el cielo parecía empezar a clarear.

-Pero ésta vez no fué así, sabe? Mis largas desveladas abrazado de numeros y hojas de papel no me sirvieron de mucho ésa vez.. Toda mi experiencia en construcción, en técnicas de mantenimiento y en psicología tampoco. Ella era tan diferente, que cuando se sentía triste, sonreía y era feliz por sí sola. Tenía ciertos poderes mágicos para cambiar a las personas a su alrededor de un estado monótono, aburrido y predecible hacia un estado de felicidad y espontaneidad que yo nunca había pensado siquiera que pudieran tener. Siempre sacaba lo mejor de las personas, y todo el mundo le quería.

-Incluso yo, me dijo. Me agradaba mucho, creo que hasta me gustaba. Sentía por ella una atracción tan natural que no podía esconderla a veces. La invitaba a salir y de mis galanterías de hombre coqueto ninguna sirvió para hacerla a mi manera, para cambiar su manera de ser, ni siquiera para que tomara el tenedor con la otra mano. Era algo tan raro, tan diferente, que me hechizaba.

-Me enseñó el surrealismo de lienzos de tela decorados con acuarelas y de óleos. Me enseñó a admirar un buen timbre de voz, un par de líneas en verso bien escritas y toda una obra de arte en papel. Dibujaba. Era una artista. Llamaba mi atención porque yo sabía que no podía hacer lo que ella hacía, era la única persona que representba un reto para mi entender, o siquiera seguir la pista.. Tenía una muñeca derecha con movimientos tan naturales, que incluso dormida, podía dibujar un árbol de manzanas con tal realismo que si colgabas el dibujo en la pared, con toda certeza alguna manzana aparecería en el suelo por la mañana..

Cuando me dí cuenta de la hora, quise detenerle y echarle para poder dormir, pero su plática había dado un giro un tanto inesperado, y la verdad me sentí curioso sobre la nueva mujer que al parecer había cambiado la vida de éste mal juzgado 'profesorcillo'.

-Y fué entonces cuando no traté más de cambiarla, aparte porque no pude, porque era ella pura y original en su manera más natural. Me resigné a aceptarla y admirarla por todo lo que representaba, porque era diferente y tan especial que podía decir que era la única persona en ese tiempo que yo admiraba o sentía consideración. Empecé a ser un poco menos duro. Comencé a sacar mis sentimientos y a plasmarlos en papel primero, luego hice un par de dibujos que por cierto no fueron muy buenos y también unas pinturas, donde reflejaba yo episodios de mi vida de los que nunca había hablado y hasta creí olvidados, episodios de mi relación con mis padres, de la manera en que yo me veía respecto de las otras personas, una mente un poco diferente entre tanta cotidianeidad. Fueron buenas, aunque lo que más me gustaba eran esos versos donde le cantaba a la felicidad y a la mujer que había sacado lo mejor de mí.

Yo estaba admirado ante la plática de aquél hombre, que ya se había acabado la botella completa, media docena de limones y que aún seguía fumando como si tuviera plática para un par de días más. Pero entonces, el hombre rió.

-Sabe porque hice varias pausas mientras le contaba todo esto?

No, le dije. Me contará o lo pondrá en un buen verso para que yo no lo entienda?

-No, hombre, es sólo que fué una historia inventada.

Pero, cómo? No existió tal mujer?

-Hubo una, sí. Y me cambió en mi manera de ser, aunque yo no soy en realidad un genio de la física teórica ni cosas por el estilo. Soy un contador público. Me gano la vida trabajando para el gobierno y mantengo un perfil bajo siempre.

Entonces, qué hay de ésa mujer de su historia?

-Se trata de mi esposa, es la mujer más especial que he conocido y le gusta dibujar, no es una profesional, pero hace buenos retratos, sabe? Yo me hice aprendiz de poeta por culpa de ella, y lo que hoy me trajo aquí, no fué la tristeza de contar una historia inventada sobre mí mismo en la que soy una persona más reconocida, sino que hoy me acordé sobre unos versos de Benedetti que se llaman Amor de tarde.

Como verá, yo siempre fuí dueño de la barra, y le puedo recitar una buena prosa sobre El Mirador, pero de ése Benedetti que usted menciona, no sé mucho. Qué con los versos?

-Fuí a leerlos a la biblioteca y entre tanto y tanto cogí el periódico y me dí cuenta de que hoy falleció. Vine a tomarme un par de tequilas a su salud y a recordar esos bonitos versos de Amor de tarde. Creí que a él le gustaría escuchar una historia de cómo el arte puede cambiar una vida.

Bueno amigo, menuda historia la que se inventó eeh, la empezaba yo a creer ya. -El hombre volvió a reir, se puso de pié y se dirigió a la salida, donde se detuvo, se volvió como si quisiera decir algo que no salió de su boca. Se fué.

Yo guardé la botella vacía, tiré los limones usados y guardé el salero. Limpié la barra y me dirigí a la puerta para cerrarla. Salí por la parte de atrás y me metí en mi cuarto para dormir.

Pero no pude dormir, me senté en mi escritorio, abrí la ventana, tomé papel y comencé a escribir..

sábado, 2 de mayo de 2009

Sofía

Sabía que no iba a durar muchacho.

Hace tiempo que me resigé a esta vida, y sé que por vivir así me privé de la vida de familia, es caro el precio, pero necesitaba que alguien me relajara la espalda, que me dijera que bién estuviste y que me sirviera mi tequila con limón y sal y sin hacer más preguntas.

Es alto el precio, sabes? Nunca saldré a jugar con mi descendencia al parque de la esquina, pero tampoco descubriré a la mujer de mi vida en la cama de alguien más.

No lidiaré con mujeres que lo que les preocupe más sea combinar las zapatillas con el color de sus ojos. Y nadie reclamará por mis resacas, que ya ni siquiera se corresponden con mis borracheras.

Por eso me la vivo en éste bar, sabes? El roce de la barra es a veces más acogedor que el de una mujer cuando hay un contrato matrimonial de por medio.

Para poder llevar ésta vida, tendrías que haber fracasado como contable y llevar un par de divorcios en la espalda, sin contar el haberlos apostado en una partida de póker y haberlos ganado con un trío de seises.

Es fácil atender el llamado del tekila, sin contar la resaca, cuando uno es un escritor fracasado y maldito. Y eso que a veces la profesión no se me da muy bien.

Fué un buen polvo sabes? Me queda de consuelo el saber que nunca me la volveré a topar.

-Me dijo Manuel, el muchacho que estaba platicándome de cómo había terminado el sábado anterior a su siguiente borrachera. Yo sólo podía acordarme de un tal Bicho, el personaje de una mala novela negra.

viernes, 17 de abril de 2009

Eres feliz?

Esa tarde estaba todo tranquilo, como cualquier otra tarde de otoño del '08. Había llegado el pedido semanal, la comida de desayuno, la comida de medio día y un par de botellas que en realidad eran más de dos. Los veinticuatros de cerveza y la esperanza de vender todo.

Colgué las llaves de mi antiguo chevrolet en el llavero de la pared, que reza 'Aquí están las pinches llaves', já! lo vi una vez que fuí a la playa de Kino y me causó gracia. Ahí sigue colgado en la pared.

La radio sonaba a lo típico del jueves a las 4.13 pm. Nada fuera de lo normal. Un par de choferes comiendo y uno más en el baño, estaba por seguir su camino, acababa de despertar. Yo tenía un poco de calor, lo recuerdo.

Ése año había cumplido el pronóstico de las altas temperaturas, que aún a mediados de noviembre hacían imposible salir de casa con mangas largas. Aún así, ese año tampoco corté mi cabello. Y el próximo tampoco.

En eso entró la muchachita ésta, cómo se llamaba..

Se sentó en la barra y no pidió nada. Yo le ofrecí café. Sírvalo usted, me dijo.

Curiosa la niña. Aparentaba unos 17 años de edad y unos 29 años vividos. Llevaba un jersey a rayas, pero no eran blancas y negras, eran azules y rojas, pantalón de mezclilla y un par de zapatos tennis algo desgastados. Tenía una mata de pelo negro que le rebosaba su cabeza. Lo traía atado en una cola de caballo.

No probó el café y solamente se quedó sentada en la barra mirando las botellas de tequila recién traídas del depósito y que pintaban para ser las próximas animadoras en la semana. Pero tampoco pidió tequila.

Yo salí a cerrar el pickup '91, porque a partir de esa hora, yo ya no salgo del Mirador, solamente cuando cierro el local. Tenía que llevar con el mecánico ese radiador, zumbaba por el vapor.

Iban a dar las 5 cuando terminé de guardar la mercancía, cuando ya todo estaba en su lugar. Fué entonces que la muchachita me comenzó a platicar su historia. Dios, aún no recuerdo su nombre. No la conocía bién, y ni siquiera era de la ciudad. Había llegado casi un mes antes y se instalaba en el hotel que está al lado del Mirador.

Estoy casada, dijo. Me casé hace poco, con mi novio. Lo quería tanto.. nos amábamos, o eso es lo que yo creía. Sabe? Era la pareja perfecta, me trataba bién, me sacaba a pasear, me quería mucho.

Pero algo pasó. En cuanto nos casamos él cambió. Empezó a reclamarme por todo. Él trabajaba en una fábrica y me llevaba a mí a una cafetería, donde yo trabajaba como mesera. Me llevaba en la mañana y se volvía loco si no lo esperaba en la tarde. Era demasiado celoso. Recuerdo que llegaba en la tarde tocando el claxon desde una cuadra antes de la cafetería. A mí ésto no me gustaba mucho. Era muy escandaloso.

Y qué decir de cuando iba a por un café con pay? Había un señor mayor que siempre desayunaba ahí, sabe? El dueño de la cafetería, le encantaban los pasteles y pays. Era un poco exigente a la hora de tomar 'agua sin hielo' o 'jugo de naranja recién exprimido' siempre decía que se lo sirviera junto con el pastel, porque luego pierde su sabor. Una mañana estaba yo atendiendo al dueño, que leía el periódico, en eso entró mi novio.

Sabe? aún no me acostumbro a decir mi esposo, me suena raro.

Se enojó de sobremanera al ver que cumplía con los pequeños caprichos del dueño. Digo, es un señor mayor, siempre exigen, aunque sean pequeñas cosas.

-Yo me acordé de mi bisabuelo, que pedía tortillas de maíz recién hechas y cuando le llevaba agua, tenía que esperar a que se la bebiera toda para llevarme el vaso de vuelta.

Sí, claro, le dije. Y siguió.

Pues sí, esa tarde no fué a por mí. Me fuí caminando hasta el lugar que rentábamos. Me esperaba sentado en el sillón y en cuanto entré empezó a reclamarme por 'tratar tan bien' a los clientes. Me gritó por mas de dos horas, hasta que terminó la cena y se fué a dormir.

Creo que no recuerdo buenos momentos de casados.

-Su cara no expresaba nada, como cuando uno se pierde en el recuerdo. Seguía mirando las botellas, pero ambos sabíamos que en realidad no las veía. Fué entonces cuando me preguntó.

Es usted feliz, señor?

Ahora su cara era de tristeza, no muy obvia. Pero recordé ese par de ojos suplicantes de alguna otra parte.

Que si soy feliz? Bueno. Yo soy un hombre sencillo que siempre ha sido cantinero, sabe? Le dije. He visto desfilar por aquí, he hice un sonido con mis manos sobre la barra, a muchas personas. Nunca me he casado y los unicos bienes materiales que tengo son El Mirador, el dormitorio de atrás y el pickup rojo que está afuera. No estoy enamorado, y mira que si he conocido mujeres..

Y entonces? Insistió.

La felicidad es simple, le dije. Es no sentirse decepcionado. Porque el que trata y trata y nunca logra, se frustra. Termina creyendo que hay cosas imposibles.

Es ser realista. Porque uno debe saber que el cielo no te va a dar todo lo que quieras hasta que te lo ganes trabajando.

Es estar abiertos a los cambios, porque algo hay que hacer para no aburrirse, no?

Hay que ser un libro abierto, para que las personas puedan pasar y dejar su huella.

Hay que ayudar a la gente, porque uno nunca sabe cuándo una buena plática puede cambiar el rumbo de una vida.

Y en el amor, no darlo todo. Porque no todo el mundo es bueno, así se ahorra uno muchas decepciones, a menos que encuentres a la persona adecuada.

La felicidad es más como un estado de ánimo, es levantarse por la mañana y decidir lo que se hará durante el día y estar contento con eso.

Es ser terco, y hacer lo que uno quiera, ser responsable y que todo esté bién.

A veces uno no tiene todo lo que quiere, pero a cambio, uno tiene todo lo que necesita. Bien lo dijo aquél filósofo Jagger, le dije.

Ella me miraba a la cara. No supe qué era lo que pensaba. De repente dibujó una mueca qe parecía media sonrisa, cerró los ojos y agachó la cabeza. Parecía darle vueltas a asuntos muy privados, pues no me dijo nada.

Yo me dí la vuelta y me dirigí a la cocina a cerrar una ventana que hacía ruido, con ésos vientos de otoño..

Cuando volví me dijo, tiene usted razón.

Se puso de pié, le dió un par de tragos a la taza de café, que supongo ya estaba frío, y se fué.

No la he vuelto a ver desde entonces. Dicen que ésa tarde se fué del hotel.

Y espero no volverla a ver, porque entonces, sabré que de algo sirvió aquella plática en aquella tarde ventosa de otoño.

jueves, 19 de marzo de 2009

Funeral

Esa noche estaba muy tranquilo el negocio. Y el hombre que llegó pidiendo un trago, no alborotó ni siquiera un poco.

Tenía el semblante serio, como de quien ha visto a un muerto rondando por ahí. Le serví un tequila y le dí un limón partido, con su sal.

El tipo lo veía, como se miran las copas esas largas noches de insomnio, como se miran fundirse en agua un par de cubos de hielo.

Después de contemplar el espectáculo por cerca de media hora, limpié la barra y el tipo empinó su primer trago. No probó el limón.

Yo enterré a mi Madre. -Dijo. Yo seguía limpiando la barra. No dije ni una palabra.

Yo la enterré. Mi madrecita linda.

Sabe usted? -Me dijo. Ella murió de un paro cardíaco. Nadie lo esperábamos. Ninguno de sus 7 hijos. Hace ya mucho de ésto. Quizás haga más de diez años, ya no lo recuerdo.

Alcé la botella para ofrecerle otra copa y él hizo un ademán aceptando el trago. Le serví.

Él la empinó rápido. Y chupó el limón.

Sabe?, hoy fuí al cementerio otra vez. Hacía ya muchos años que no volvía. Desde que murió mi madre, creo. No quería volver, se lo aseguro. Pero ésta vez fuí sólo a pasear. No iba a acompañar a nadie, no iba a visitar a mi madre.

Sólo fuí a dar una vuelta.

Sabe? Yo soy un cuarentón que nunca se casó. Casi rozo los cincuenta. Y mi madre era todo lo que yo tenía en la vida. Mis hermanos, todos se casaron e hicieron familia. No los veo mucho. Quizá haga 7 navidades que no los veo. Recuerdo la última, si. Fué en la casa de mi madre, aunque ella ya no estaba. Estuvieron todos desde temprano conviviendo unos con otros, todos los sobrinos y mis hermanos. Fué una buena velada, a no ser por mi irrupción a media noche. Borracho como desde que mi madre murió. Entré yo con el sentimiento encima y me puse a gritarles a todos. A reclamarles lo que había pasado unos años atrás, en el funeral de mi madre.

Sabe? Yo era un tipo bien parecido. Tenía éxito en el trabajo y éxito en el amor, aunque nunca me casé. Yo vivía con mi madre, la quería demasiado como para dejarla vivir sola y hacer mi vida con alguna mujer de las que conocía en ese entonces.

Fué un error, sabe? Desde ese día, que les eché en cara todo, porque ha de saber que yo soy muy callado. Pero ha de saber también usted que el alcohol saca lo más bajo y deplorable del más alto y reconocido caballero. Me echaron de la casa. Me quitaron mi trabajo. Éste hermanito mío, el abogado. Cómo se llama? Ya no lo recuerdo. Ha pasado tanto tiempo..

Les eché en cara que no habían estado en el sepelio de mi madre, sabe? Nuestra madre. Ellos no vinieron. Pagaron algunos gastos. Me llamaron por teléfono. Pero sóla para avisarme que no vendrían. Yo estuve muy triste esos días, sabe usted? Y nunca les perdoné que no hubieran ido al funeral de mi madre.

Desde entonces, me dediqué a vagabundear por ahí. Me quedaba dormido afuera de las cantinas y al despertar, volvía a entrar para seguir bebiendo. Hacía dinero contando mis aventuras a algún ente interesado que se cruzaba por mi camino. A veces me pagaban con dinero y otras veces me pagaban con botellas.

Hasta hace poco que me encontré tan borracho que una mañana no supe de mí. Perdí el conocimiento, como tantas veces.

Pero esa vez fué algo diferente, sabe usted? Decidí en un santiamén que no seguiría con ése tipo de vida ya más.

Batallé mucho para alejarme del alcohol. Y otro tanto para conseguir un empleo.

Empecé limpiando vidrios en el estacionamiento de una tienda muy grande, sabe? Los que me veían me pagaban por limpiar vidrios, por cuidar carros y por lástima.

-El tipo se veía ido, con esa mirada tan profunda que no ve nada, sólo mira hacia el pasado.

Ahorré un poco de dinero y renté un cuarto muy feo. No tenía nada en él. Había solo Yo, mi alma y una mesita de centro, donde preparaba yo mis alimentos antes de irme a dormir y antes de irme a trabajar por la mañana. Se gana bien, sabe? Me alcanzaba para mal vivir y mal comer, pero era vida al fín y comida al mismo tiempo. Eso si, cero alcohol.

Un día me encontré con un hombre que me ofreció trabajo en un taller mecánico. Yo no sabía nada de mecánica automotriz. Pero yo sé de electricidad, sabe? Yo trabajaba de electricista antes de caer en el vicio del alcohol. Él se encargó de que me dieran trabajo.

Desde ahí, mi vida ha ido sólo hacia arriba. Rento un buen departamento y tengo mi carro propio. No es gran cosa, pero sabe usted? Después de tocar fondo, ésto es mejor que cualquier otra cosa.

-El hombre hablaba mucho. De lo serio que decía ser, ya no quedaba gran cosa. Le serví otro tequila. Él se lo tomó. Yo seguía limpiando la barra y mirando la puerta. Hacía viento esa noche, y la puerta se abría a veces. Por lo visto, no habría muchos clientes esa noche.

Sigo con mi trabajo de electricista, sabe? -Dijo. Pero ésta mañana.. No lo sé. Sentí una necesidad de ir al camposanto. Después de tanto tiempo, de haber caído, de haberme levantado y.. Bueno, después de tantas cosas.

Había escuchado esa mañana en la radio el sepelio de una abuelita. Quizás eso fué lo que me impulsó a volver al cementerio, donde tengo yo a mi madre, y a donde hace tanto que no iba.

Y fuí. Cerré mi negocio y me dirigí hacia el suelo santo como lo llaman los cristianos, al lugar donde yace mi madre, a la ultima morada de los mortales.

El funeral era algo triste, como todos los funerales, pero tenía un toque de elegancia, de clase. Todos vestidos de negro, con gafas negras y el cabello recogido.

Me acordé de la tarde nublada en que me tocó a mí ser el anfitrión. Ser el que recibió todos los abrazos de 'Lo siento' y todas las disculpas de la gente que de alguna u otra manera apreciaba a mi madre.

Sentí un leve escalofrío recorrer mi espalda. El sol era el de las 5 de la tarde, ya algo débil. Aún recuerdo los rostros de aquellas personas tristes que lloraron en el funeral de mi madre, contraste con éste, en el que nadie lloraba, nadie gemía y nadie consolaba a los hijos. Porque parecían estatuas de hierro negro. Parecía que no se inmutaban ante tan definitivo y triste espectáculo.

Parecía que no extrañarían nunca a su madre. A su mamacita linda.

Yo recordé de esa tarde nublada, que me sentía destrozado. Las lágrimas corrian por mis mejillas sin poder yo detenerlas. El sol, ausente, no me daba fuerzas para sostenerme en pié. Recuerdo que me doblé y caí de rodillas en el suelo de tierra.

Era una triste imágen. Y ésta mañana evoqué esos recuerdos. Recuerdos que creía yo, estaban olvidados. Recuerdos que aún estaban vivos. Y muy vivos.

Hoy, hace más de una década que murió mi madre. Y hace más de siete años que no veo a integrante alguno de mi familia de sangre. -Dijo el tipo mientras yo le servía el cuarto tequila.

A éstas alturas, -Me dijo. No sé que haré mañana.

El tipo apuró el cuarto tequila y me pidió el quinto. Le dí otro limón partido.

Yo seguí limpiando la barra. No recuerdo qué pasó después.

martes, 17 de marzo de 2009

La Barrera.

Hay una barrera ahí, dijo el hombre que me pidió un vaso de agua esa mañana en El Mirador.
Venía sudando, como que había hecho algún esfuerzo físico. Traía un pantalón verde holgado, una sudadera de gorro gris y unos zapatos tenis cafés.

Mi primera impresión fué de que quizá los cabrones josputa que habían estado asaltando a los camioneros que paraban a dormir habían vuelto. Pero como esa mañana no escuché nada en la radio, aunado al atuendo que éste tipo traía, deduje que su sudor, respiración cortada y pelo despeinado, era por mero amor a la deshidratada.

Es psicológica, dijo. Una barrera psicológica.

No renegué. Al final, eran apenas cuarto para las ocho de la mañana, algo temprano aún como para estar bebiendo alcohol. Le serví su vaso de agua.

Sí. -Me dijo. Debe ser una barrera psicológica.

Deduje que el tipo se explicaría de algún modo en algún momento, así que seguí friendo el par de huevos y el tocino para el camionero que había llegado antes que él. Le serví café al camionero y el tipo comenzó a hablar.

Ésta mañana me levanté como siempre, a las seis y cuarto para dar mi caminata de la mañana. Entiéndame usted, -Dijo. Un viejo setentón, no puede hacer mucho a éstas alturas.

Decidí que ésta vez iría al viejo campo de softball que tantas veces visité cuando era un poco más joven. Y caminé hasta ahí. Cuando llegué, me vinieron recuerdos a la mente, aquella serie ejidal del 78, cuando tenía mis 40 años recién cumplidos. Fué la primer serie de softball que presencié completa. No me perdí ningún juego ese año. No recuerdo quien la ganó, por cierto.

-Yo le serví los huevos y el tocino al camionero, junto con su segunda taza de café, mientras el hombre seguía con su anécdota, casi monólogo.

Estiré mis piernas, justo como hacía cuando jugaba béisbol. Allá por el año de 1964, cuando recién llegué a éste pueblo. Aún no eran las olimpiadas, sabe? -Me dijo. Y empecé a caminar.

Cuando llevaba yo 10 minutos caminando, y mi respiración ya se había agitado, llegó una mujer. No era del tipo deportista, más bién era del tipo que mandan a sus hijos a la escuela y se toman un tiempo para ellas mismas. Tampoco tenía un cuerpo atlético, aparentaba unos 38 años, casi la mitad de los que tengo.

-A éstas alturas, el tipo seguía hablando, el camionero desayunando y yo limpiando la barra, como hago todas las noches que sirvo tequila o vodka a los visitantes. Con mi cara seria y mi boca cerrada.

Yo le pronostiqué unos diez minutos caminando, a lo mucho. -Me dijo el hombre. Y empezó muy bien, vuelta tras vuelta al campo. Habían un par de jóvenes que trotaban. Ah, la flor de la juventud, ésa juventud hermosa, que ésta vez olía al sudor del esfuerzo físico. Cuando la mujer cumplió sus 10 minutos que yo pensé que aguantaría, comenzó a trotar.

Y sabe? no fué un gran espectáculo, porque como ya dije, su cuerpo no era de lo más atlético. Creo que ésta mañana no desperté de muy buen humor.

Me senté en el dagout a descansar mi respiración un poco. Y presencié a la mujer corriendo. Evocaba imágenes de mi esposa, cuando se ponía a hacer comida y me hacía tortillas de harina, para la cena. Le conté una vuelta trotando, lo hacía con el paso más lento que me pudiera imaginar. Pero sabe? uno gasta muchas energías en mover su propio peso. Dos. Tres.

Cuatro y cinco vueltas. Diez minutos. Doce. La mujer paró, pero siguió caminando. Caminaba y movía los brazos hacia arriba para abrir grande y tomar una buena bocanada de aire.

-El camionero me pidió la tercera taza de café y volteó hacia el viejo, que contaba su anécdota matutina, escuchaba con atención.

Me fuí de ahí. -Dijo. Me dirigí a la iglesia, no que yo sea fanático de esas cosas, simplemente, que aún quedaba mucho rato de mañana que pasar, y yo, tenía que hacer tiempo de alguna manera.

Cuando por fin llegué, tuve una idea.

Comencé a trotar, con el paso más lento que pudiera usted imaginarse, sabe? Bajé la cuesta de la iglesia, crucé por pueblo viejo y vi el taste. Troté por todo el camino del libramiento. Llegué al entronque y seguí por la orilla de la carretera hasta subir aquí, al Parque Industrial.

Debo confesarle que estaba yo muy cansado, tenía mis piernas débiles y mi respiración estaba muy agitada. Paré de trotar y empecé a caminar en circulos con los brazos levantados hasta que recuperé mi respiración.

Sabe? ahora que lo pienso fué una buena hazaña de mi parte. Me siento bien. -Dijo.

-El hombre del camión había terminado su café, y ya no pidió más.

Y qué pensamiento tuvo cuando llegó a la iglesia? -Preguntó el camionero.

Que si a qué hora nos empezábamos a hacer viejos. -Dijo el hombre.

El camionero asintió, pagó la cuenta y se fué.

Y sabe? -Dijo el hombre. Ahora pienso en otra cosa.

Quién nos dijo que somos viejos? -Dijo.

Empinó su vaso de agua, se arregló un poco el cabello y se fué.

Yo pensaba en las palabras del viejo. Y seguí limpiando la barra.