Serví su taza de café. Yo había estado toda la mañana recogiendo las cenizas de la noche anterior. Literalmente. Había estado moviéndome de un lado a otro de la barra toda la mañana y ya me dolían los pies de tanto caminar. Era lunes, claro.
Había yo estado escuchando una radio americana, no sé exactamente de qué lugar. Como había habido problemas con la electricidad en el pueblo, las radiofusoras no funcionaban bién. Escuchaba algo de ..everything I love is killing me.. me recordaba algún tiempo pasado, no necesariamente mejor.
Llegó el muchacho no muy tarde ni muy temprano, a eso de las 4, cuando nada es seguro, no sabes si el sol acaba de salir o si ya está por ocultarse, por lo menos si te amaneciste atendiendo la barra y por la mañana te pusiste a limpiar, no lo sabes. Pero vamos, un café caliente a nadie le cae mal. Y se lo serví.
Él, sereno como ningún muchacho que aparentara su edad había visto yo, miraba la taza de café y empezó a contarme sus vivencias de sábado por la noche.
--Conducía yo por las calles oscuras del pueblo, sabe? Las clásicas vueltas de muchacho con carro recién arreglado, recién salido del corral de algún amigo, el que le sabe a la mecánica de la bola. Parecía que el auto se conducía solo. No batallaba mucho para darle la dirección correcta. Claro, como no iba a ninguna parte..
--De repente mi celular timbró, tengo que cambiar ya esa canción. No leí el mensaje, supuse que era de mi amigo, seguro quería emborracharse e ir por algún par de muchachas para pasarlo bien. Seguí conduciendo por otro rato.
Éste muchacho, con su celular y toda la cosa, recuerdo mis tiempos de jóven, cuando ni siquiera teníamos teléfono en el pueblo. Todos nos íbamos a la plaza a bailar en las serenatas, todos nos conocíamos, eran pocos los que tenían un carro. También recuerdo cuando la gasolina era barata.
Pero claro, ésto sólo lo pensé. Casi nunca platico con mis clientes.
--Pues si, seguí conduciendo por otro rato, dando vueltas y más vueltas en la calle. Pasó un rato y como no veía nada bueno a donde me pudiera dirigir, decidí leer el mensaje. Quizá tomarme unas cervezas con mis amigos y una que otra desconocida no fuera tan monótono después de todo, aunque de seguro el domingo lo lamentaría un rato. Pero me llevé una pequeña sorpresa cuando lo leí.
..aún no lo encuentro..
--Recordé una cara y un rumbo. Recordé unos buenos momentos. El retrovisor reconoció mi mirada y las gastadas michelin parece que recordaron el camino. Me dirigí a una casa, no importa a cuál. Y aunque ya era tarde, yo iba muy seguro de encontrar alguna luz encendida.
--En efecto. La luz del garage, las rejas medio abiertas, invitandome a tocar a la puerta de madera. Una mujer me abrió, no importa quién. Y me invitó a pasar.
--Nos envolvimos inmediatamente en un abrazo que terminó en besos y caricias como un par de adolescentes en el mero alboroto, pero estaba seguro de que era un poco mas que eso esta vez.. Terminamos en la misma cama de agua que la última vez, no importa cuando.
A decir verdad, yo esperaba algún detalle del muchacho, algún sonido, gemido u olor, que no es nada nuevo que éste tipo de clientes lleguen a contar acá en la barra de El Mirador, aunque no con café, mas bien con un par de tequilas.
--Pero yo ya lo sabía, había algo más. Ella se acurrucaba en mi hombro, como nunca lo había hecho antes. O era ella o era yo el que salía disparado de aquella cama justo después de la dulce confusión como la retratara aquel Andrew en una película de Chris Columbus.
Valla que el muchacho sabía de cine, yo con dificultad recordaba La vida inútil de Pito Pérez. Fué un buén guión, o eso creo.
--Siguió recostada en mi hombro, se abrazaba a mi pecho como si no me quisiera dejar ir. Como si quisiera tenerme ahí por siempre. Y se durmió.
--Yo le daba mil vueltas al asunto y no podía explicarme cómo es que quería abrazarme aún entonces. Había pasado tanto tiemp o desde la última vez.. Quizá aquellas palabras que le dije en aquel encuentro hayan hecho eco en sus adentros y halla querido abrazarme hoy, sólo por recordar.
En ése momento, tomé un sorbo de mi café, que me había servido para escuchar el monólogo de éste muchacho, que veía en su historia y en la de la muchacha quizá algún hilito de luz que se colaba por algún lugar. Y se me salió preguntarle qué cosa le había dicho en su último encuentro.
..ojalá encuentres a alguien que te trate mejor que yo..
--O algo así.
Me dijo. Claro, siempre andamos diciendo cosas que suenan tontas cuando jóvenes, o quizás demasiado profundas.
--Y se durmió abrazándome. Cerró sus ojos y respiraba quedo, sentía yo su palpitar muy cerquita mío y acariciaba su brazo y su cabello. Recuerdo cómo me encantaba esa muchacha.
--Duramos un rato así, yo abrazándola, acariciándola. Ella dormida. Ví la hora y me levanté. Me puse mi ropa, la besé en la frente. Le dije que me daba gusto que se acordara de mi de vez en cuando, aunque de seguro no me escuchó. Cerré la puerta de madera y la reja del garage. Volví a mi auto y conduje de vuelta a casa.
--Quién sabe, a lo mejor en un año siento cabeza y vuelvo por ella, quizás aún entonces me recuerde como ahora.
Le dí el último sorbo a mi café y seguí limpiando la barra. Saqué unas botellas vacías y encendí el pick-up, bajaría al pueblo a comprar las provisiones para la semana en El Mirador.
Cuando volví en la noche, el muchacho ya no estaba. Me quedó la duda de cómo habría sido la relación amorosa de éste par. Me imagino que fué mas o menos así.
Luego ya en mi cuarto, el de atrás de El Mirador, saqué la vieja Remington que había comprado en el mercado la semana pasada y la estrené con éste relato.
Una vez alguien me dijo que los desahogos de adolescente no venden. Pero nadie dijo que todas las historias eran para venderse.
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1 comentario:
Tal vez el dueño del Mirador debió haberle dado un tequila en lugar de un café... Quizá así hubiera soltado un poco más la lengua este muchacho. Y a lo mejor no quiso vender su historia, pero nunca falta quien esté interesado en comprarla. Muuy bueno! :)
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