martes, 17 de marzo de 2009

La Barrera.

Hay una barrera ahí, dijo el hombre que me pidió un vaso de agua esa mañana en El Mirador.
Venía sudando, como que había hecho algún esfuerzo físico. Traía un pantalón verde holgado, una sudadera de gorro gris y unos zapatos tenis cafés.

Mi primera impresión fué de que quizá los cabrones josputa que habían estado asaltando a los camioneros que paraban a dormir habían vuelto. Pero como esa mañana no escuché nada en la radio, aunado al atuendo que éste tipo traía, deduje que su sudor, respiración cortada y pelo despeinado, era por mero amor a la deshidratada.

Es psicológica, dijo. Una barrera psicológica.

No renegué. Al final, eran apenas cuarto para las ocho de la mañana, algo temprano aún como para estar bebiendo alcohol. Le serví su vaso de agua.

Sí. -Me dijo. Debe ser una barrera psicológica.

Deduje que el tipo se explicaría de algún modo en algún momento, así que seguí friendo el par de huevos y el tocino para el camionero que había llegado antes que él. Le serví café al camionero y el tipo comenzó a hablar.

Ésta mañana me levanté como siempre, a las seis y cuarto para dar mi caminata de la mañana. Entiéndame usted, -Dijo. Un viejo setentón, no puede hacer mucho a éstas alturas.

Decidí que ésta vez iría al viejo campo de softball que tantas veces visité cuando era un poco más joven. Y caminé hasta ahí. Cuando llegué, me vinieron recuerdos a la mente, aquella serie ejidal del 78, cuando tenía mis 40 años recién cumplidos. Fué la primer serie de softball que presencié completa. No me perdí ningún juego ese año. No recuerdo quien la ganó, por cierto.

-Yo le serví los huevos y el tocino al camionero, junto con su segunda taza de café, mientras el hombre seguía con su anécdota, casi monólogo.

Estiré mis piernas, justo como hacía cuando jugaba béisbol. Allá por el año de 1964, cuando recién llegué a éste pueblo. Aún no eran las olimpiadas, sabe? -Me dijo. Y empecé a caminar.

Cuando llevaba yo 10 minutos caminando, y mi respiración ya se había agitado, llegó una mujer. No era del tipo deportista, más bién era del tipo que mandan a sus hijos a la escuela y se toman un tiempo para ellas mismas. Tampoco tenía un cuerpo atlético, aparentaba unos 38 años, casi la mitad de los que tengo.

-A éstas alturas, el tipo seguía hablando, el camionero desayunando y yo limpiando la barra, como hago todas las noches que sirvo tequila o vodka a los visitantes. Con mi cara seria y mi boca cerrada.

Yo le pronostiqué unos diez minutos caminando, a lo mucho. -Me dijo el hombre. Y empezó muy bien, vuelta tras vuelta al campo. Habían un par de jóvenes que trotaban. Ah, la flor de la juventud, ésa juventud hermosa, que ésta vez olía al sudor del esfuerzo físico. Cuando la mujer cumplió sus 10 minutos que yo pensé que aguantaría, comenzó a trotar.

Y sabe? no fué un gran espectáculo, porque como ya dije, su cuerpo no era de lo más atlético. Creo que ésta mañana no desperté de muy buen humor.

Me senté en el dagout a descansar mi respiración un poco. Y presencié a la mujer corriendo. Evocaba imágenes de mi esposa, cuando se ponía a hacer comida y me hacía tortillas de harina, para la cena. Le conté una vuelta trotando, lo hacía con el paso más lento que me pudiera imaginar. Pero sabe? uno gasta muchas energías en mover su propio peso. Dos. Tres.

Cuatro y cinco vueltas. Diez minutos. Doce. La mujer paró, pero siguió caminando. Caminaba y movía los brazos hacia arriba para abrir grande y tomar una buena bocanada de aire.

-El camionero me pidió la tercera taza de café y volteó hacia el viejo, que contaba su anécdota matutina, escuchaba con atención.

Me fuí de ahí. -Dijo. Me dirigí a la iglesia, no que yo sea fanático de esas cosas, simplemente, que aún quedaba mucho rato de mañana que pasar, y yo, tenía que hacer tiempo de alguna manera.

Cuando por fin llegué, tuve una idea.

Comencé a trotar, con el paso más lento que pudiera usted imaginarse, sabe? Bajé la cuesta de la iglesia, crucé por pueblo viejo y vi el taste. Troté por todo el camino del libramiento. Llegué al entronque y seguí por la orilla de la carretera hasta subir aquí, al Parque Industrial.

Debo confesarle que estaba yo muy cansado, tenía mis piernas débiles y mi respiración estaba muy agitada. Paré de trotar y empecé a caminar en circulos con los brazos levantados hasta que recuperé mi respiración.

Sabe? ahora que lo pienso fué una buena hazaña de mi parte. Me siento bien. -Dijo.

-El hombre del camión había terminado su café, y ya no pidió más.

Y qué pensamiento tuvo cuando llegó a la iglesia? -Preguntó el camionero.

Que si a qué hora nos empezábamos a hacer viejos. -Dijo el hombre.

El camionero asintió, pagó la cuenta y se fué.

Y sabe? -Dijo el hombre. Ahora pienso en otra cosa.

Quién nos dijo que somos viejos? -Dijo.

Empinó su vaso de agua, se arregló un poco el cabello y se fué.

Yo pensaba en las palabras del viejo. Y seguí limpiando la barra.

2 comentarios:

Atenea dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Atenea dijo...

Las barreras son psicologicas..