Qué estaba haciendo yo.. Ah, ya me acordé, estaba subido en una escalera en el poste de enfrente, porque iba a cambiar el foco que alumbra el pórtico aquí en El Mirador.
Estaba haciendo mis manualidades de electricista esa tarde cuando llegó aquel amigo. Pantalón café, camisa a cuadros y un par de zapatos también cafés medio gastados. Tenía el cabello largo y algo despeinado, por el viento que siempre corre aquí arriba.
No lo conocía, o por lo menos no lo recordaba. Me preguntó que si yo lo podía atender en la barra. Para ser las 5 de la tarde apenas, yo me empecé a imaginar que ésta sería una de esas tardes en las que aprendes algo nuevo sobre la vida o sobre las relaciones afectivas, mi vocabulario está mejorando un poco, con esto de las remington.
Cambié el foco, me bajé del poste y le dije a aquel hombre que yo lo atendería, cómo no. Lo saludé de mano y toda la cosa. Entramos al Mirador, rodeé la barra y le pregunté, ¿Qué le sirvo amigo?
Se miraba como de 40 años, más o menos. Nunca he sido muy bueno calculando edades.
-Déme un tequila.- Me dijo.
Partí un par de limones, espolvoreé sal en un pequeño platito y serví unos cacahuates en otro. Serví el tequila amarillo en un caballito que alargué al hombre.
Me agradeció con una sonrisa, y después de un par de tragos, imaginé que la historia que me contaría sería algo diferente. Digo, por la sonrisa.
-¿Es usted de estas tierras?- Pregunté.
-No. Soy de un lugar un tanto alejado de aquí. Vine hace casi un año porque en donde vivía no había buen trabajo. Usted sabe, con eso de las minas acá en el norte, pensé que sería algo bueno.-
-¿Y qué lo trae por aquí?- Volví a preguntar.
El hombre se me quedó viendo, quizá no me entendió.
-Digo que si qué me cuenta, imagino que será algo interesante, hace un año que vive por acá y yo nunca lo había visto por El Mirador. Por lo general la gente nueva me trae anécdotas.- Le dije.
Ah, si. Hoy me habló por teléfono mi suegra.
-¿Enserio? Y qué le dijo?- Pregunté extrañado. Vaya, quizá esto de las suegras no comenzó tan bién como yo habría esperado.
-Nada. Pero eso no es todo, ¿sabe? Hoy tenía pensado irme de juerga. Ir por una mujer a la que he estado rondando por algún tiempo. Es de por aquí, digo, vive en este pueblo.- Dijo.
Ándale, mira, se empieza a poner más interesante la cosa. Pensé. Volví a rellenar su caballito y tomé un par de cacahuates para comer, estaban recién tostados, como le gustaban a mi abuelo.
-Hace tiempo que la vengo apalabreando y hoy por fin iba a salir con ella, y usted se imaginará qué haríamos después.-
-Sí, me lo imagino.- Contesté. -¿Y siempre no habrá salida?- Volví a preguntar.
-No.- Dijo.
-Esqe hoy me habló mi suegra.-
Bueno, pensé. O la suegra tiene mucho poder de convencimiento, o este hombre le tiene miedo.
-¿Y qué cosa le dijo su suegra que le hizo desistir de la infidelidad que estaba a punto de cometer usted?-
-Nada. Que su hija tenía torsón y que había corrido al baño.-
-Discúlpeme oiga, pero no acabo de entenderlo- Le dije. -¿Qué cosa tiene que ver su digestión con que usted se haya retractado de salir a divertirse hoy?- Pregunté. Y volví a llenarle el caballito.
-Nada, sólo que me hizo reír. Y si ellas bromean sobre mí, es porque yo soy importante en sus vidas, ¿no?-
-No puedo decepcionar a alguien para quien soy importante.- Dijo.
-Claro- Dije.
Tomé otro cacahuate y un vaso de agua. Tres tequilas, tiempo récord para contar una historia, pensé.
Salí a guardar la escalera. Entré y limpié la barra. Me preparaba para la noche de jueves.
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