miércoles, 27 de mayo de 2009

Una taza de café

-Es lo que me queda de ella amigo.

Fué la primer frase que oí salir de su boca en mucho tiempo. Solía pasearse por El Mirador y esa tarde se decidió a hablar por fin. Acompañado de su chamarra de cuero, de esas que no calientan ni en una situación embarazosa y su cabello despeinado. Sus jeans de mezclilla medio rotos y esas gafas de Mario Almada, de 'judas triste' como se les conoce por acá.

Entró y se sentó a la barra. Yo le serví su taza de café. La que nunca pedía, la que siempre servía. Esa noche no había música en El Mirador. Tenía mi radio apagada no recuerdo por qué razón. Supongo que la rocola tendrá que esperar hasta el fin de quincena, y eso, viendo como nos irá. Tuve que comprar balatas para el pick-up y darle servicio al motor, por el viaje de la semana pasada. Ah, ya me acordé, era como mi pequeño recordatorio de que tenía que ahorrar, el estar sin música.

Se quedó serio en la barra. Yo fuí dentro a encender la radio. Claro, me gusta escuchar música mientras limpio la barra. El anuncio de una muerte. Prometo que hoy no me desvelaré.

El tipo encendió un cigarrillo, creí que nunca lo haría. Es del tipo de personas serias, de las que llegan a un lugar sin hacer ruido, como los gatos, y te das cuenta de que están ahí sólo cuando volteas a verlos. Tipos serios, de esos a los que no les sacarás más que un 'buenos días' y quizás el sonido de un encendedor.

-Es lo que me queda de ella amigo.

Yo pensaba en el tipo que había muerto, quizá lo conocía, pero no recordaba nombres, como siempre.

-Qué cosa? El cigarrillo?

-No hombre, me contestó. -Ésta taza de café a media tarde.

-Qué sucedió con ella? Pregunté.

-Buena pregunta. Recuerdo cuando éramos jóvenes y yo iba a visitarla a su casa. Siempre me ofrecía una taza de café a media tarde. Éra como un pequeño ritual sagrado para mí. Era el momento del día en que compartíamos un minuto sin sentido, y a la vez con tanto sentido..

-Después de casados, me gustaba aún más, porque salía yo de trabajar cansado y llegaba a nuestra casa y estaba el agua hirviendo, a punto para nuestra taza de café. Me gustaba más porque el cansancio físico mezclado con el acelere que la cafeína me causa, hacía que yo la mirara y la mirara todo el rato. La observaba y la veía tan hermosa como es. Quizá un poco más.

Yo pensaba en que el café no me gustaba mucho, de hecho no lo tomaba ni cuando tenía que aguantar despierto. Aunque un par de tazas al año de seguro sí que las disfrutaba.

-Hoy parece que nos hemos hecho viejos. Nuestras preocupaciones han crecido un tanto, y con este sueldo tan bajo que yo tengo, sólo nos dirijimos la palabra cuando nos reclamamos algún gasto poco pensado.

-En las mañanas, antes de irme a trabajar, la taza de café no sabe a lo mismo. Aunque yo he conservado la costumbre de tomarlo cada tarde que vuelvo de trabajar cansado. Porque así puedo verla tan hermosa como es, y quizá un poco más.

El hombre terminó su cigarrillo y no volvió a platicarme nada en todo el rato que se estuvo pegado a la barra.

Pagó su café, se puso de pié y se fué.

Vaya, me dejó pensando este hombre, y es hora que no me duermo aún dándole vueltas al asunto. Cómo ver a una persona más hermosa de lo que es, cuando se llevan un par de décadas de matrimonio en la espalda y otro tanto de deudas?

Con una taza de café, aunque de la buena compañía sólo quede el recuerdo.

3 comentarios:

Atenea dijo...

¿cómo hacer, para que a pesar del tiempo, esto no suceda?... Lindo, a pesar de tantas interrupciones.. :P =*

Atenea dijo...

tengo ganas de leerte de nuevo Rivera!! .. =) Besos..

Nieves M dijo...

Ya ves, no soy la única que extraña las historias del Mirador...
Me gusta mucho como describes las cosas triviales, siempre exaltando la alegría en las cosas sencillas, de esas que sólo valen la pena si se saben ver con los ojos del alma. Ojalá todos viéramos las cosas mejor con el simple hecho de tomar una taza de café. :)