El tío Martín era un tipo serio en la esquina de la barra, donde la curva empieza a pronunciarse, tal como su vida, hacia la dura pared de ladrillo. Era un tipo culto y de buenos modales que llegaba tan puntual a la cita con su copa todas las noches como un muerto a su velorio con traje negro y toda la cosa. Siempre tenía algo de que platicar.
A veces criticaba las decisiones de la clase política en el país, que resultaba tan peligroso como pretender cruzar la carretera federal numero dos a las 4 de la mañana, ebrio y sin mirar a los lados. Otras tantas jugaba dominó y nos contaba alguna que otra historia que había leído en su largo deambular por los estrechos y mal alumbrados pasillos de la biblioteca pública de la ciudad.
También le gustaba cantar. Pero de que lo hiciera bien, no mucho. Le ponía sentimiento si, y además, nunca olvidaba una sola letra de las melodías, incluso podía hacer cantar a una guitarra bien afinada por algún músico local. Recuerdo que un par de veces los muchachos llegaron a pedirle que los acompañara a dar serenata, porque en esos tiempos de recesión, el único bien que no escaseó tanto como las botellas o la gasolina, fue el amor. O algo parecido.
Pero su semblante alegre y dicharachero se oscurecía un tanto cuando le hablaban de amor. Podía recitar versos enamorados, pero tenía que salir de él mismo el asunto porque de lo contrario no se le podía hablar en varios días. Perdía el sentido mas fácil cuando le hablaban de amor que con un par de botellas con alcohol. Y cuando lo recobraba de nuevo, era una tanda tras otra de monólogos sobre el mal que le hacen a uno las mujeres.
Siempre hablaba con coraje y a veces hasta con odio cuando trataba el tema. Podía pasarse toda la noche con la misma cantaleta recitándola una y otra vez, hasta que los muchachos se aburrían y lo sacaban del lugar o mejor se iban y lo dejaban solo.
Pero cuando el enojo hacía presa de él, y perdía el sentido con alcohol y algo peor que eso, las mujeres en su cabeza, yo siempre pude observar un pequeño brillo en sus ojos, la luz que es reflejada por una vela en una noche oscura. Y recordaba unas palabras que él me había dicho una tarde que llegó a El Mirador sobrio y más temprano que de costumbre.
-Cuando un hombre está solo, la noche es la noche y empieza con la mañana.
Pero siempre hay una hora que expulsa un ahora. Y una estrella que enciende una luz. Sólo hay que esperar-
Y en sus ojos podía reflejarse la luz encendida quién sabe por qué estrella alguna noche muy oscura al parecer. Una luz que había quedado encendida desde quién sabe cuándo.
Tal vez esperaba que esa luz hiciera salir al sol. Y que hiciera terminar la noche.
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