sábado, 5 de septiembre de 2009

Mejor morir

Hay cosas de la vida que cambian completamente nuestra percepción. Hay ironías en ésta vida que le dan un giro de 180° al flujo normal de los acontecimientos. Cosas como perder tu trabajo, que tu mujer te abandone y cosas aún peores, como enamorarse.

Como le sucedió a Manuel. Para hablar del chico, teníamos que enfriar la cabeza, porque de seguro contaríamos una historia de él con la hija o esposa de algún conocido. Tendríamos que adentrarnos en las técnicas de la seducción y el engaño. Una para conseguir mujeres y la otra para seguirlas viendo.

Su porte era recio. Como de hombre trabajador, pero sin perder el estilo. Nunca se dedicó a negocios turbios, aunque nunca le faltó dinero para invitarle una copa a la muchacha sola de la barra. Las mujeres lo seguían. Y los hombres lo admiraban. Aunque no faltaba el capullo que se la armara de tos. Incluso yo habría sentido celos de tanta mujer que él conseguía de no haber estado tan ocupado atendiendo la barra en esos tiempos.

¿Que cómo las seducía? Qué sé yo. Quizá era el pálido humo que salía de sus cigarrillos sin filtro, o su aliento que exhalaba dicho humo. A lo mejor era su cara seria, o su siempre vacío caballo de tequila, pero no había noche en la que Manuel no saliera acompañado del Mirador.

Pero el jueves que volvía a la barra, cuando yo le preguntaba que cómo le había ido, siempre respondía lo mismo. -No me acuerdo- Y entonces entendía yo que debía seguir limpiando la barra. Que al igual que las cáscaras de cacahuate que recojo todas las mañanas, ésta había sido solamente una mas en la historia. Y no volvía a hacer preguntas.

Y así transcurrió un año, quizá dos. Hasta que una buena noche de octubre, llegó al pueblo una mujer de tez blanca y cabello negro. De buen ver y con un buen cuerpo.

Como era de esperarse, Manuel se llevó a la chica aquella noche. Y al jueves siguiente, la mujer volvió al mirador. y Manuel volvió a salir con ella. Y así durante un par de meses.

-¿Cómo te fué, Manuel?- Le preguntaba. -Bién- Decía. Y en su rostro se dibujaba una mueca que hasta parecía de felicidad.

Con el paso del tiempo, su mueca se hacía más y más obvia, hasta que un día la mujer blanca no volvió.

Entonces Manuel fue poco a poco borrando aquella mueca de su rostro. Lentamente parecía volver a ser aquel tipo duro de antes, y aunque las mujeres seguían sin faltarle, no volvió a salir con ninguna. Les decía siempre, mientras inhalaba el tabaco o saboreaba su tequila, que estaba esperando a alguien.

Incluso en los juegos de pókar y dominó, nos contaba historias de aquella mujer blanca, de la que nunca supimos ni su nombre o procedencia, porque así como llegó, desapareció un día.

-Hijo, sabes que sigo esperando por si vuelve, no sé porqué tratas de conseguirme más mujeres- Me decía cuando hablábamos, ya que invariablemente era tema de conversación. Y seguía terco con que esperaría.

Hubo un tiempo en el que dejó de lado los humos grises y los tequilas blancos y le perdí la pista. Después me dijo que se había hartado de esperar. Que había llegado al punto de plantearse qué cosa era mejor. Si vivir esperando o de plano morir. Supe que de aquel conquistador nato no quedaban ni cenizas, sólo las de los cigarrillos.

La semana pasada oí en la radio el anuncio del sepelio de un tal Manuel. Que se había pegado un tiro en la cabeza dentro de su cuarto y que había dejado una nota.

Supongo que había descubierto que sería mejor morir.

6 comentarios:

Nieves M dijo...

Héctor- me gustó mucho el estilo que usaste para contar esta historia. Me suena diferente a las otras, no sin perder la esencia del Mirador. No se, más fresca, más palpable. Imagino que será la inspiración, o la experiencia que has ganado de las tantas historias de las que has sido testigo en el Mirador ;)

Hector Rivera C dijo...

Muchas gracias Nieves, aprecio tu crítica, como siempre.

Si, quizá es la experiencia, quizá la inspiración. Quizá la frescura del recuerdo, quién sabe.

Saludos =)

Atenea dijo...

estoy de acuerdo con Nieves, tiene algo que las otras no... =) me gusta!... =) sigue inspirandote.

Hector Rivera C dijo...

Gracias Marcela.

Veremos que otra cosa nos sucede en el camino, quizá hasta mejoremos un poco.

Gracias por la crítica.

Saludos.

Iris dijo...

Hola Hector

No creo que todavía se encuentren hombres como el Manuel suicida, de los que prefieren pegarse un tiro en la cabeza a seguir esperando...

Tendré que leer más para apreciar lo que comentan mis antecesoras.

Un saludo

Hector Rivera C dijo...

Aprecio tu comentario.

Pobre Manuel, era un tipo al que conocí una noche en la barra de El Mirador. Serio y recatado. Hasta que me contaron su historia pude comprender su soledad y tristeza.

Un saludo Anacleta, ya nos veremos en algún lugar..