miércoles, 21 de octubre de 2009

Mujeres perfectas

A veces tomamos malas decisiones. A veces tenemos lo que queremos y no lo reconocemos por tener la mirada muy fija en un horizonte un tanto distante. A veces pasamos ratos muy buenos con nuestras mujeres, a veces lo pasamos bién.

Hace un par de meses tuve una visita medio especial. Se trataba de mi viejo amigo, Don David. Él era un albañil desde que yo tengo memoria. Era un buen trabajador y otro tanto en el amor. Nunca le faltaron mujeres.

Pero ésa vez, él venía por consejo. Y me platicó su historia.

-Me conoces desde siempre- Me dijo. -Sabes que si hay dos cosas que a mi no me faltan, son trabajo y mujeres, en ese orden. Pero aunque he viajado por la vida con tantas compañías diferentes, nunca he encontrado a la mujer perfecta. Yo me enamoro del amor y de un cuerpo. Pero no siempre coinciden en la misma mujer. Todas han tenido siempre algún detalle especial. Algunas cocinaban bién, otras tenían buena plática, incluso tuve una que sabía tejer y me regaló una bufanda. Una me dió trabajo y otra bailaba muy bién. Cantaban, sonreían, movían sus caderas-

-Pero como ya te dije, nunca todas éstas cosas sucedieron en la misma mujer-

-Así que fuí formándome la idea de mi mujer perfecta. ¿Sabes? De la que de hallarla, no lo pensaría dos veces para dejar el tequila a cambio de tenerla. Así de drástico-

-Pero al pasar de los años, desfilaron tantas mujeres por mi cama, que la lista se hizo bastante larga. Y aunque nunca perdí la esperanza, cada vez me entusiasmaba menos cuando escribía otra cosa en la lista-

-¿Qué piensas tu?-

Esa es una buena pregunta, le dije. Yo tuve una lista parecida en mis buenos tiempos. También recogía pedacitos de mujeres y los amasaba para ver si podía construir el modelo de mi Eva y así poder buscarla.

Pero, ¿sabe? No es una buena idea.

Y que si lo sé yo.

Cuando mi negocio no era atender éste bar, sino disfrutar de los placeres carnales, yo hacía como usted.

Pero aprendí algo. A veces uno tiene que conformarse con lo que hay. Como alguna vez dijera aquel filósofo Miguel, uno no puede tener siempre lo que quiere.

Y yo lo aprendí. Supe que había dejado a todas mis mujeres por esperar a la adecuada.

Ahora ya no la busco, porque sé que ya las tuve a todas y a todas las dejé ir. Ahora me dedico a mi barra y a escribir historias, le dije.

Historias de mis mujeres perfectas.

El mes del amor

La semana pasada volvió Jesús. Aquel viejo amigo que conocí cuando joven, cuando viajaba a la mina de cobre a trabajar, cuando todavía del Mirador no había ni las zanjas de los cimientos.

¿Que si venía cambiado? No mucho. Seguía con sus lentes y su barba cerrada, aunque parecía que había cambiado su thermo de café por un caballito de tequila. Igual ambos te quitan el frío.

Y parecía que ésa noche hacía frío para él, pues no dejó de pedirme tequila.

-Hermano, se movía al compás de la música que tocaran en el viejo local al que íbamos a bailar, el de la avenida Juárez. Brillaban sus labios casi como sus ojos cuando se mecía bajo la luz en medio de la pista. Yo sólo podía mirar sus caderas hipnotizado como una vieja cobra de la India. Dios, sus brazos eran tan preciosos como sus piernas y la música en su cabello me hacía desearla aún más. Y cuando lograba que me pusiera de pié y la acompañara en su baile, su cuerpo pegado al mío me recordaba a cada momento porqué la frecuentaba tanto en ese tiempo. Hacía que me meciera junto con ella cada sábado. Hacía que valiera la pena la espera de toda la semana. Hacía que valiera la pena recibir un par de golpes por estar con ella.-

-Pero tenía un punto débil, ¿sabes? Todas las mujeres de su tipo, ésas que te hacen temblar moviendo su cuerpo y sin tocarte son sólo por un rato. Nunca tendrás algo serio con ellas, puedo asegurarlo. Son del tipo de mujeres que no se enamoran, son el tipo de mujeres por las que hombres como yo perdemos la cabeza. Tocan tu barbilla y hacen que levantes la cabeza para mirarlas y te cautivan con su contoneo, para después de un par de meses, echarte de su cuarto de hotel barato con tu camisa en la mano y con la cabeza baja de nuevo.-

-Si, hoy me dejó. Ésta tarde que fui a buscarla me dijo que no volviera, y si, salí con mi camisa en la mano. Me dijo que se había encontrado a alguien mejor. A alguien que no hacía tantas preguntas y que no le importaba con quién más se acostara. Supongo que uno igual a mí, pero con un par de meses menos. Si. Porque el tratar a una mujer así te cambia en cuestión de meses. No se trata de tu esposa o tu amiga. Es diferente.-

Supe entonces que no se había casado, que al igual que a mi, le encantaban las chicas y los bares, con la diferencia del lado de la barra en que él estaba.

Supe también que tenía una decepción en el corazón, tal vez le hacía juego con su trago.

Y supe también que noviembre es el mes del amor, puesto que a mi también me habían pasado algunas cosas en noviembre, con un desfase de algunos años.

domingo, 18 de octubre de 2009

Prudencia

Hay momentos en la vida en los que uno simplemente debe retirarse. A veces nos encontramos con situaciones que sólo nos llevarán a darnos cuenta de cuán solitarios estamos, de qué tan perdedores somos, aunque estemos orgullosos y levantemos nuestro caballito para celebrarlo.

Como siempre contaba Don Daniel.

Cuando lo veía sentado frente a la barra de El Mirador, siempre con su gorra café, su mirada baja, su cigarrillo sin filtro y un tequila en su mano, sabía que había hecho uso de su recurso más preciado.

La retirada decía muchas cosas de él. Especialmente porque la usaba siempre con sus mujeres. Digo sus mujeres porque, aunque nunca conocí a ninguna de las damas con las que él algún día tuvo algo que ver, bién pude haberlas dibujado con mi tiza en un papel, puesto que todos en el bar hablaban de lo lindas que eran, si. Bién en una partida de dominó o en el clásico póker de los jueves por la tarde. Con tanto bocón rondando por el bar en esos días, pude haber hecho algunos dibujos, y porqué no, hasta venderlos.

Un día de esos, en los que llegaba con su cabeza baja, me contó sobre una mujer que, por su forma de hablar sobre ella, parecía especial para él.

-A decir verdad, hijo, tuve en mi vida de aventuras pocas mujeres como ella. La buscaba cada fin de semana y cada fin de semana estaba yo con ella. Pasábamos un buen rato, bailábamos, reíamos y nos divertíamos mucho. Hasta recuerdo una vez que tuve que golpear a un tipo que la pretendía, la quería sólo para mi-

-Dios, cuántas veces había yo pensado en que era la indicada para compartir una vida completa. Digo, por la diversión de hacerlo. Por el reconocimiento que un hombre casado y de familia obtiene, si se le puede llamar así. Era una chica de casa en la semana y materia dispuesta los sábados. Me encantaba que tuviera tanta energía para mantener un apartamento a su nombre con todo lo que eso implica y que el fin de semana estuviera lista para irse a bailar por ahí. Pasar un buén rato-

-Pero hijo, creo que lo eché a perder. Me enamoré. Sabes? Nunca me había pasado algo así. Pensar en que realmente podría enderezar mi vida, dejar los bares y dedicarme a podar el césped los jueves por la mañana. Claro que no podría. Éste es el único lugar al que puedo venir a las 4 am sin tener que dar razones de mi procedencia y sin que nadie me moleste mientras fumo mi cigarrillo, pienso en mis cosas y recuerdo las noches de baile y algo más... Tarde o temprano recaería, lo sé. En algún punto de mi hipotético matrimonio, tenía yo que haber vuelto a las andadas. Y no podría permitirme darle tal decepción a esa mujer-

-Hasta que un día me presentó a un amigo suyo. Era un tipo bien parecido y bien vestido. Se veía, por su manera de hablar, que tenía estudios y era muy culto. Y se veía, también por su manera de hablar, que ella le gustaba. Aunque algunos podrían haberlo confundido con eso que algunos llaman caballerismo, no, yo sabía lo que pasaba. Fué entonces cuando me dí cuenta de mi situación. Fué cuando ví que mis cigarrillos sin filtro no iban con el traje negro de su padre, que mis tequilas no iban con el whiskey con agua que su madre tomaba y que mis pasos de baile, difícilmente podrían competir con una charla con su amigo-

-Fué entonces que tomé mi decisión. La opción que sólo uso en ciertas situaciones. Me alejé. Tomé mis cosas y salí huyendo y sin despedirme-

-Ahora sé que no fué la mejor decisión. Que podría haber tratado de cambiar o por lo menos no haber sido tan egoísta y haber hablado con ella. Pero eso sólo habría alargado la relación y su dolor cuando yo volviera a las calles. La esperanza muere al último, dicen, pero no te dicen que eso a veces es malo. Sabes? Siento a veces que me fuí como un perro con la cola entre las patas asustado por lo que pudo haber pasado-

Y empinó su cuarto tequila. Si, algunos hombres somos así, contamos nuestras penas al más familiar de la barra y elevamos nuestro vaso para brindar por nuestras malas decisiones y el no haber arriesgado sólo por el peligro de perder.

Algunos llaman a éste tipo de hombres, perdedores. Pero Don Daniel me dijo que también se les puede llamar prudentes.