jueves, 19 de marzo de 2009

Funeral

Esa noche estaba muy tranquilo el negocio. Y el hombre que llegó pidiendo un trago, no alborotó ni siquiera un poco.

Tenía el semblante serio, como de quien ha visto a un muerto rondando por ahí. Le serví un tequila y le dí un limón partido, con su sal.

El tipo lo veía, como se miran las copas esas largas noches de insomnio, como se miran fundirse en agua un par de cubos de hielo.

Después de contemplar el espectáculo por cerca de media hora, limpié la barra y el tipo empinó su primer trago. No probó el limón.

Yo enterré a mi Madre. -Dijo. Yo seguía limpiando la barra. No dije ni una palabra.

Yo la enterré. Mi madrecita linda.

Sabe usted? -Me dijo. Ella murió de un paro cardíaco. Nadie lo esperábamos. Ninguno de sus 7 hijos. Hace ya mucho de ésto. Quizás haga más de diez años, ya no lo recuerdo.

Alcé la botella para ofrecerle otra copa y él hizo un ademán aceptando el trago. Le serví.

Él la empinó rápido. Y chupó el limón.

Sabe?, hoy fuí al cementerio otra vez. Hacía ya muchos años que no volvía. Desde que murió mi madre, creo. No quería volver, se lo aseguro. Pero ésta vez fuí sólo a pasear. No iba a acompañar a nadie, no iba a visitar a mi madre.

Sólo fuí a dar una vuelta.

Sabe? Yo soy un cuarentón que nunca se casó. Casi rozo los cincuenta. Y mi madre era todo lo que yo tenía en la vida. Mis hermanos, todos se casaron e hicieron familia. No los veo mucho. Quizá haga 7 navidades que no los veo. Recuerdo la última, si. Fué en la casa de mi madre, aunque ella ya no estaba. Estuvieron todos desde temprano conviviendo unos con otros, todos los sobrinos y mis hermanos. Fué una buena velada, a no ser por mi irrupción a media noche. Borracho como desde que mi madre murió. Entré yo con el sentimiento encima y me puse a gritarles a todos. A reclamarles lo que había pasado unos años atrás, en el funeral de mi madre.

Sabe? Yo era un tipo bien parecido. Tenía éxito en el trabajo y éxito en el amor, aunque nunca me casé. Yo vivía con mi madre, la quería demasiado como para dejarla vivir sola y hacer mi vida con alguna mujer de las que conocía en ese entonces.

Fué un error, sabe? Desde ese día, que les eché en cara todo, porque ha de saber que yo soy muy callado. Pero ha de saber también usted que el alcohol saca lo más bajo y deplorable del más alto y reconocido caballero. Me echaron de la casa. Me quitaron mi trabajo. Éste hermanito mío, el abogado. Cómo se llama? Ya no lo recuerdo. Ha pasado tanto tiempo..

Les eché en cara que no habían estado en el sepelio de mi madre, sabe? Nuestra madre. Ellos no vinieron. Pagaron algunos gastos. Me llamaron por teléfono. Pero sóla para avisarme que no vendrían. Yo estuve muy triste esos días, sabe usted? Y nunca les perdoné que no hubieran ido al funeral de mi madre.

Desde entonces, me dediqué a vagabundear por ahí. Me quedaba dormido afuera de las cantinas y al despertar, volvía a entrar para seguir bebiendo. Hacía dinero contando mis aventuras a algún ente interesado que se cruzaba por mi camino. A veces me pagaban con dinero y otras veces me pagaban con botellas.

Hasta hace poco que me encontré tan borracho que una mañana no supe de mí. Perdí el conocimiento, como tantas veces.

Pero esa vez fué algo diferente, sabe usted? Decidí en un santiamén que no seguiría con ése tipo de vida ya más.

Batallé mucho para alejarme del alcohol. Y otro tanto para conseguir un empleo.

Empecé limpiando vidrios en el estacionamiento de una tienda muy grande, sabe? Los que me veían me pagaban por limpiar vidrios, por cuidar carros y por lástima.

-El tipo se veía ido, con esa mirada tan profunda que no ve nada, sólo mira hacia el pasado.

Ahorré un poco de dinero y renté un cuarto muy feo. No tenía nada en él. Había solo Yo, mi alma y una mesita de centro, donde preparaba yo mis alimentos antes de irme a dormir y antes de irme a trabajar por la mañana. Se gana bien, sabe? Me alcanzaba para mal vivir y mal comer, pero era vida al fín y comida al mismo tiempo. Eso si, cero alcohol.

Un día me encontré con un hombre que me ofreció trabajo en un taller mecánico. Yo no sabía nada de mecánica automotriz. Pero yo sé de electricidad, sabe? Yo trabajaba de electricista antes de caer en el vicio del alcohol. Él se encargó de que me dieran trabajo.

Desde ahí, mi vida ha ido sólo hacia arriba. Rento un buen departamento y tengo mi carro propio. No es gran cosa, pero sabe usted? Después de tocar fondo, ésto es mejor que cualquier otra cosa.

-El hombre hablaba mucho. De lo serio que decía ser, ya no quedaba gran cosa. Le serví otro tequila. Él se lo tomó. Yo seguía limpiando la barra y mirando la puerta. Hacía viento esa noche, y la puerta se abría a veces. Por lo visto, no habría muchos clientes esa noche.

Sigo con mi trabajo de electricista, sabe? -Dijo. Pero ésta mañana.. No lo sé. Sentí una necesidad de ir al camposanto. Después de tanto tiempo, de haber caído, de haberme levantado y.. Bueno, después de tantas cosas.

Había escuchado esa mañana en la radio el sepelio de una abuelita. Quizás eso fué lo que me impulsó a volver al cementerio, donde tengo yo a mi madre, y a donde hace tanto que no iba.

Y fuí. Cerré mi negocio y me dirigí hacia el suelo santo como lo llaman los cristianos, al lugar donde yace mi madre, a la ultima morada de los mortales.

El funeral era algo triste, como todos los funerales, pero tenía un toque de elegancia, de clase. Todos vestidos de negro, con gafas negras y el cabello recogido.

Me acordé de la tarde nublada en que me tocó a mí ser el anfitrión. Ser el que recibió todos los abrazos de 'Lo siento' y todas las disculpas de la gente que de alguna u otra manera apreciaba a mi madre.

Sentí un leve escalofrío recorrer mi espalda. El sol era el de las 5 de la tarde, ya algo débil. Aún recuerdo los rostros de aquellas personas tristes que lloraron en el funeral de mi madre, contraste con éste, en el que nadie lloraba, nadie gemía y nadie consolaba a los hijos. Porque parecían estatuas de hierro negro. Parecía que no se inmutaban ante tan definitivo y triste espectáculo.

Parecía que no extrañarían nunca a su madre. A su mamacita linda.

Yo recordé de esa tarde nublada, que me sentía destrozado. Las lágrimas corrian por mis mejillas sin poder yo detenerlas. El sol, ausente, no me daba fuerzas para sostenerme en pié. Recuerdo que me doblé y caí de rodillas en el suelo de tierra.

Era una triste imágen. Y ésta mañana evoqué esos recuerdos. Recuerdos que creía yo, estaban olvidados. Recuerdos que aún estaban vivos. Y muy vivos.

Hoy, hace más de una década que murió mi madre. Y hace más de siete años que no veo a integrante alguno de mi familia de sangre. -Dijo el tipo mientras yo le servía el cuarto tequila.

A éstas alturas, -Me dijo. No sé que haré mañana.

El tipo apuró el cuarto tequila y me pidió el quinto. Le dí otro limón partido.

Yo seguí limpiando la barra. No recuerdo qué pasó después.

martes, 17 de marzo de 2009

La Barrera.

Hay una barrera ahí, dijo el hombre que me pidió un vaso de agua esa mañana en El Mirador.
Venía sudando, como que había hecho algún esfuerzo físico. Traía un pantalón verde holgado, una sudadera de gorro gris y unos zapatos tenis cafés.

Mi primera impresión fué de que quizá los cabrones josputa que habían estado asaltando a los camioneros que paraban a dormir habían vuelto. Pero como esa mañana no escuché nada en la radio, aunado al atuendo que éste tipo traía, deduje que su sudor, respiración cortada y pelo despeinado, era por mero amor a la deshidratada.

Es psicológica, dijo. Una barrera psicológica.

No renegué. Al final, eran apenas cuarto para las ocho de la mañana, algo temprano aún como para estar bebiendo alcohol. Le serví su vaso de agua.

Sí. -Me dijo. Debe ser una barrera psicológica.

Deduje que el tipo se explicaría de algún modo en algún momento, así que seguí friendo el par de huevos y el tocino para el camionero que había llegado antes que él. Le serví café al camionero y el tipo comenzó a hablar.

Ésta mañana me levanté como siempre, a las seis y cuarto para dar mi caminata de la mañana. Entiéndame usted, -Dijo. Un viejo setentón, no puede hacer mucho a éstas alturas.

Decidí que ésta vez iría al viejo campo de softball que tantas veces visité cuando era un poco más joven. Y caminé hasta ahí. Cuando llegué, me vinieron recuerdos a la mente, aquella serie ejidal del 78, cuando tenía mis 40 años recién cumplidos. Fué la primer serie de softball que presencié completa. No me perdí ningún juego ese año. No recuerdo quien la ganó, por cierto.

-Yo le serví los huevos y el tocino al camionero, junto con su segunda taza de café, mientras el hombre seguía con su anécdota, casi monólogo.

Estiré mis piernas, justo como hacía cuando jugaba béisbol. Allá por el año de 1964, cuando recién llegué a éste pueblo. Aún no eran las olimpiadas, sabe? -Me dijo. Y empecé a caminar.

Cuando llevaba yo 10 minutos caminando, y mi respiración ya se había agitado, llegó una mujer. No era del tipo deportista, más bién era del tipo que mandan a sus hijos a la escuela y se toman un tiempo para ellas mismas. Tampoco tenía un cuerpo atlético, aparentaba unos 38 años, casi la mitad de los que tengo.

-A éstas alturas, el tipo seguía hablando, el camionero desayunando y yo limpiando la barra, como hago todas las noches que sirvo tequila o vodka a los visitantes. Con mi cara seria y mi boca cerrada.

Yo le pronostiqué unos diez minutos caminando, a lo mucho. -Me dijo el hombre. Y empezó muy bien, vuelta tras vuelta al campo. Habían un par de jóvenes que trotaban. Ah, la flor de la juventud, ésa juventud hermosa, que ésta vez olía al sudor del esfuerzo físico. Cuando la mujer cumplió sus 10 minutos que yo pensé que aguantaría, comenzó a trotar.

Y sabe? no fué un gran espectáculo, porque como ya dije, su cuerpo no era de lo más atlético. Creo que ésta mañana no desperté de muy buen humor.

Me senté en el dagout a descansar mi respiración un poco. Y presencié a la mujer corriendo. Evocaba imágenes de mi esposa, cuando se ponía a hacer comida y me hacía tortillas de harina, para la cena. Le conté una vuelta trotando, lo hacía con el paso más lento que me pudiera imaginar. Pero sabe? uno gasta muchas energías en mover su propio peso. Dos. Tres.

Cuatro y cinco vueltas. Diez minutos. Doce. La mujer paró, pero siguió caminando. Caminaba y movía los brazos hacia arriba para abrir grande y tomar una buena bocanada de aire.

-El camionero me pidió la tercera taza de café y volteó hacia el viejo, que contaba su anécdota matutina, escuchaba con atención.

Me fuí de ahí. -Dijo. Me dirigí a la iglesia, no que yo sea fanático de esas cosas, simplemente, que aún quedaba mucho rato de mañana que pasar, y yo, tenía que hacer tiempo de alguna manera.

Cuando por fin llegué, tuve una idea.

Comencé a trotar, con el paso más lento que pudiera usted imaginarse, sabe? Bajé la cuesta de la iglesia, crucé por pueblo viejo y vi el taste. Troté por todo el camino del libramiento. Llegué al entronque y seguí por la orilla de la carretera hasta subir aquí, al Parque Industrial.

Debo confesarle que estaba yo muy cansado, tenía mis piernas débiles y mi respiración estaba muy agitada. Paré de trotar y empecé a caminar en circulos con los brazos levantados hasta que recuperé mi respiración.

Sabe? ahora que lo pienso fué una buena hazaña de mi parte. Me siento bien. -Dijo.

-El hombre del camión había terminado su café, y ya no pidió más.

Y qué pensamiento tuvo cuando llegó a la iglesia? -Preguntó el camionero.

Que si a qué hora nos empezábamos a hacer viejos. -Dijo el hombre.

El camionero asintió, pagó la cuenta y se fué.

Y sabe? -Dijo el hombre. Ahora pienso en otra cosa.

Quién nos dijo que somos viejos? -Dijo.

Empinó su vaso de agua, se arregló un poco el cabello y se fué.

Yo pensaba en las palabras del viejo. Y seguí limpiando la barra.