viernes, 31 de diciembre de 2010

Falsas esperanzas

Hoy me levanté un poco extrañado, pensaba que no iba a ser un buen día, no del todo.

Desde muy temprano anduve ajetreado, bajé al pueblo a comprar botellas y cigarrillos. Hoy no compré limones. Me empeciné en limpiar la barra, hasta sacarle el aroma impregnado desde hace años de tanto tabaco y cenizas. En sacar del piso el polvo de tantas botas que han pisado este suelo, en sacar de las paredes los reflejos tristes de tantas caras un tanto maltrechas.

Incluso mientras limpiaba, intentaba borrar algunos de los recuerdos que tenía en la mente, tantas historias, tantos placeres, tantas mujeres y tantos esposos celosos.

Y así se me hizo noche.

Creí que al caer el sol, algún viejo conocido vendría a saludar. Sólo por ser hoy el día que es, pensé.

Pero creo que me equivoqué.

Me dieron las once, las diez y las doce, no necesariamente en ese orden, y por acá nadie se paró siquiera a pedir un norte.

Cerré la barra y me dirigí a la cocina, a hacer desayuno. Tengo tantos años viviendo en este remedo de bar, que se me hace de lo mas normal desayunar entrada bien la madrugada.

Lejos han quedado los buenos tiempos, cuando cruzaban la puerta de entrada los viejos conocidos y otros no tanto, cuando la rocola tocaba siempre canciones tristes, y más en estas fechas ...llega navidad y yo sin ti, ponganme canciones tristes, cuando los años pasen...

Aún mas lejos han quedado las esperanzas de cambiar, de dejar esta vida de alcahuete de bohemios y dedicarme a vivir más mejor.

Pero esta noche, siendo la última del año, sin una sola alma en la barra, y con el desayuno ya servido por mí mismo, un café de Oaxaca colado, frijoles con huevo y tortillas de harina, pensé un momento por alguna extraña razón, que todo aquello podía cambiar.

Y mientras bebía el penúltimo sorbo de mi taza humeante casi me decidí.

Si, cerrar la barra. Olvidar las mezclas de tequila con agua, de cahuamas ordeñadas, de la rocola que se apaga a media canción, de las puertas siempre abiertas, ceniceros siempre llenos y cáscaras de cacahuate siempre en el piso.

Pero entonces vi de nuevo el calendario.

Demonios, hoy es 30, no 31.

Supe entonces que de esta vida en El Mirador no podría zafarme nunca. Que los bohemios cabizbajos y gritones estarían siempre al otro lado de la barra. Que las botellas de tequila era lo único que podría yo ofrecer a cualquiera. Y que de mantener a una mujer, mejor ni hablar.

Entonces, aprovechando el último trago de café, volví al bar y serví tequila en mi taza.

Qué chingados. Salud por mis cadenas. Siempre hay alguien mas jodido que uno.

Salud.